Mi salida del hospital fue por la puerta de atrás. Los policías me observaban con cuidado, vigilantes que no me ocurriera nada. Quién me iba a decir a mí que aquel hombrecillo enclenque, que me traía el correo o me servía el café, sería mi enemigo más buscado por todas las fuerzas de seguridad. Cepeda me esperó con su puerta del coche abierta. Alejandro, mi compañero de fatigas en el diario, me sonrió mientras me ayudaba a dejar a un lado la silla de ruedas. Me costó mucho meter mi cuerpo en la parte trasera de aquel coche tan lleno de filigranas. Se notaba la mano de Rosita en cada recoveco del automóvil. Cepeda me hizo una genuflexión y cerró con suavidad mi puerta. La comitiva se adentró en la ciudad con sus sirenas retumbando a cada paso que dábamos. Pronto me di cuenta que no me llevaban a mi casa. Parecía el camino del periódico, pero al llegar a sus puertas los coches continuaron viaje. Empecé a ver a Jengibre a lo lejos. Después la vi al lado de Juan, Manu, Nicolás y Canoso. Eran las puertas de aquel restaurante de tanto cuento que siempre pasábamos a su lado como pidiendo perdón. Los coches pararon. Cepeda abrió diligente para que yo pudiera salir. Abrazos, besos y saludos. Me cabeza los fue asimilando poco a poco.
-Nuestro restaurante –dijo Alejandro-. No había juerga que se preciara que no reserváramos mesa para los redactores de algún periódico amigo. Hoy sí es para ti.
Al fin me hacía una reverencia su portero. Su hall se encontraba vacío. El metre dejó ver su bisoñé. Nos saludó majestuoso, sobrado de protocolo y amaneramiento. Por sus palabras se sobrentendía que el restaurante estaba reservado nada más que para nosotros. La comitiva fue superando las etapas hasta llegar al comedor. La sala estaba llena de gente que había pertenecido y pertenece al periódico. Todos querían hablar conmigo, desearme una pronta recuperación, ponerme enseguida al frente del periódico. Por el fondo apareció Javi, con su silla de ruedas en ristre, a gran velocidad. Me lancé hacia él. Me sonrió. Le besé. Le abracé. Me dio las gracias y yo le dije que tendría que ser yo quien se las dé. Todos aquellos años cuidándome y yo haciéndome el sufrido. Ahora nadie nos separaría.
Mis padres fueron los primeros en separarnos, ansiosos de mostrarme su paternal cariño. Después fue el metre, anunciando el primer plato. Todos nos sentamos menos Javi, que ya lo estaba. Mi hermano. Mi protector hermano.
Los postres llegaron inundados de brindis. Todos esperaban el mío. La verdad que no tenía ganas de ofrecerlo. Si había alguien que se merecía recibirlos y echarlo ese era Javi.
-Sé que estáis esperando mis palabras, pero yo creo que es más merecedor de ello mi hermano Javi…
El pobre siempre se veía cortado por algo. Unas voces nos llegaron de afuera. El metre se acercó a mi oído. Salí corriendo. Las miradas se clavaron en mí. Les grité que habían incendiado el periódico. Sólo me acuerdo de que el humo se acercaba despacio, lleno de sirenas y vocerío. Un niño se me acercó y me dio una nota. Instintivo, la tiré entre el fuego. Estaba allí. Mirándonos. Como siempre. Con su cobardía asesina.
Qué bonita la relación fraternal con Javi. Gran final!! ;)
ResponderEliminarplasw, plas plas, Un gran aplauso para este bello final. Me ha emocionado y todo. Un broche de oro a una blognovela fascinante.
ResponderEliminarAhora toca descansar y reponer fuerzas. Te lo has ganado.
Besitos de jengibre.
Aquí estaremos esperando tu vuelta. un abrazo
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