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Agradezco la invitación de Nel y dejo claro que no soy profesor de nadie, tan sólo alumno de todos. Y de todos y de mi experiencia voy aprendiendo que en la creación y composición de un microrrelato se distinguen varias etapas:
- La primera es tener la idea.Ésta surge de cualquier manera, en cualquier lugar y en cualquier momento. Lo importante es estar atento para cazarla.
- Una vez que se tiene una idea, lo siguiente es intentar plasmarla bien sea de manera tradicional, con bolígrafo y libreta, bien sea de manera más moderna, con soporte digital.
- Ahora toca escribir, leer,
borrar, buscar, corregir, escribir, releer, corregir, dejar el texto reposar,
releer, corregir, escribir, dejar de nuevo el texto reposar… y reducir el
número de palabras hasta que creamos que nuestro microrrelato está listo para
salir a la luz.
Importante es el papel del
título. En un género donde lo que abunda es la síntesis, la elipsis, la
sugerencia y la brevedad, el título es esencial (y no siempre fácil acertar con
el adecuado).
En el caso de “¿Rascacielos?” la
idea nació a partir de una situación cotidiana como es el trayecto en un
ascensor. Mi atracción, casi obsesión, por las agujas del reloj, por el
inexorable paso del tiempo, por la potencial fascinación de viajar en el
tiempo, hizo el resto. Se me ocurrió relacionar bajar en un ascensor con
disminuir el número de años y subir con lo contrario. Así el descenso en un
ascensor te lleva a la infancia y el ascenso hacia la vejez.
Con el título jugué a que al ser
un rascacielos un edificio con muchas plantas, el protagonista en su ascenso,
cumpliría muchos años. Y en interrogante porque en el rascacielos de la vida como
en el del micro, desconocemos el final, desconocemos hasta qué piso llegaremos.
¿RASCACIELOS?
Recientemente instalaron un nuevo
ascensor en el edificio; el anterior se atascaba cada dos por tres y subir
hasta el octavo piso suponía un gran esfuerzo.
El día que lo estrené,
descendiendo hasta la planta calle, durante el trayecto sucedió que primero me
creció el pelo (cuando ya era calvo hacía un par de años), luego noté en la
cara acné juvenil y finalmente, justo cuando el ascensor se detuvo, me encontré
babeando, a cuatro patas y con pañales.
Desconcertado, alcé la cabeza
y los botones quedaban altísimos.
Ante la ausencia de vecinos, tan sólo pude gatear escaleras arriba con la
suerte de que ya en el primer piso, me crecieron los dientes y en el segundo,
aunque inestable, mi cuerpo se enderezó.
Ahora voy por el piso setenta,
ayudado por un bastón.
ESTEBAN DUBLÍN
Desde hace más de 20 años, Millonarios Fútbol Club, equipo del que soy hincha fervoroso, no gana una estrella en el torneo local. Hace poco ganó un título en un campeonato de menor importancia (algo así como la Copa del Rey en España). Sin embargo, Millos, como le decimos los hinchas cariñosamente a nuestro club, es el equipo más laureado de Colombia con 13 estrellas. Soy un fanático de estadio, voy, grito, me transformo y vibro con el quehacer de mi equipo con una pasión casi irracional. En medio de todo esto, es mi familia la que ha tenido que lidiar con mis rabietas cuando pierde Millonarios. Por esto, por la gran rivalidad que existe con otros equipos colombianos y por la sequía de títulos, la estrella 14 se ha convertido en una obsesión para todos los hinchas albiazules. Este microrrelato nació de ese asunto de vida o muerte en que se me convierte el fútbol cada vez juega el equipo al que le profeso devoción, pero también es un homenaje a mi familia (en la figura de mi madre), que, soportando mis berrinches durante tantos años, se ha contagiado de esa emoción irracional sufriendo tanto o, incluso, más que yo en cada partido.
Síndrome del hincha furibundo
Soy –para qué vamos a negarlo– una víctima del fútbol. Cada vez que mi equipo pierde, muero. Hombre, pero no muero en el sentido delhincha tradicional que dice qué dolor, me quiero morir, sino que memuero de verdad, verdad. Mis amigos me suben a la ambulancia desde el estadioal hospital, ahí fallezco y luego mi madre tiene que correr con todos misgastos funerarios. Así sucede cada vez que perdemos. Eso sí, uno o dos domingosdespués, cuando ganamos, me levanto de mi tumba, me quito el polvo y me voy a lacancha de nuevo. ¡Dale, Millos, dale!, grito al ritmo del tambor, con mivida a la deriva de acuerdo con el éxito o el fracaso de mi equipo. No sécuántas veces tenga que morirme de nuevo, pero por su economía, mi madre se haunido a mis oraciones para que mi equipo gane un campeonato de una vez portodas y ahí, descansando en paz, sí quede bien muertito.
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