15/4/14

EL CLUB DE LOS FUNCIONARIOS MUERTOS


Doña Olvido entró sollozando en el casino de Villapalofrío sujetando entre sus manos la urna que portaba las cenizas de su presidenta y amiga, doña Remedios Aguasvivas de la Laguna. En la sala de reuniones de la tertulia femenina Benedictine del Santo Sepulcro le esperaban el resto de cofrades que intercambiaban pareceres. Alguien muy perspicaz dejó caer que gracias a la difunta mandataria habían mejorado mucho las sillas que heredaran de sus difuntos esposos y que ahora presidían las reuniones de tan sagrada hermandad. Cada silla tenía grabado el nombre de su finado propietario en unas vulgares letras blancas sobre fondo negro. Doña Remedios, siempre tan eficaz, exigió que se cambiaran los colores de los rótulos por un refinado tono champagne dorado cubierto por un distinguido negro zaíno.

-No puedo recordar las últimas palabras de doña Remedios… -decía la servicial doña Olvido y echaba a gimotear desconsoladamente mientras entraba en la atestada sala. Nadie la escuchó.

La urna con las celestiales cenizas comenzó a pasar de mano en mano en tanto los labios de todas ellas se pegaron a la tapa dejando multitud de olores a carmín. Doña Modesta tapó los grititos de recibimiento a las santas reliquias con su voz de barítono de coro eclesial.

-Os acordáis de la pulcritud con la que llevó el dislate de la Placeres. Yo creo que fue esa la causa de su desgraciado desparrame cerebral.

Recordaban cada palabra vertida en aquella sala el día del juicio a la infame. Doña Remedios estuvo colmada en cada una de sus intervenciones mientras que la Placeres escupía desprecio en sus machaconas y arbitrarias intrusiones. La presidenta comenzó con unos versos de Santa Teresa de Jesús que enaltecieron a las masas y avisaron a la pecadora que estaba condenada antes de que se atreviera a hablar.

-Ya me acuerdo, ya me acuerdo… -cortó los recuerdos colectivos doña Olvido.

-Cállate, insensata. Déjanos esbozar en palabras la gran intervención de doña Remedios. No nos agobies con tus tonterías –le espetó doña Modesta.

Las palabras volvieron al redil, pasando de boca en boca y recordando la última reunión que presidió aquella inmensa mujer. Doña Remedios recordó que la moral era uno de los grandes  pilares de la tertulia femenina Benedictine del Santo Sepulcro y la Placeres soltó que la asociación era más el Club de los Funcionarios Muertos, haciendo reseña a sus difuntos maridos que trabajaron todos en el ayuntamiento. Doña Remedios tuvo que ser atendida con sales que suavizaron aquel desmallo infernal que le provocó la inquina barriobajera de la Placeres. Fue un acto de desprecio que obligó a la extraordinaria presidenta a ir al grano.

-Repelente víbora, no te da vergüenza pasear por el malecón del paseo fluvial cogida del brazo de Agustín, el boy del club de las afueras, y hacerlo a la hora de más afluencia, cuando dejabas en entredicho nuestra reputación.

-Pues no, mira tú por dónde. Y bien que me miraban todas las presentes con ojos de envidia. ¡Qué estamos todas libres y sin tiempo que perder!

-Canalla, te has saltado todos los acuerdos de nuestra tertulia. Por ello te expulso de por vida de la asociación y te quito la silla de tu difunto marido, el pobre no se merecía esto.

-Pero si era un putero de mil pares de cojones.

Todas recuerdan como tuvieron que coger a doña Remedios de otro pertinaz desvanecimiento ante las rudas palabras de la Placeres. La muy lumia se echó a reír levantando las faldas y dejando ver su culo sin bragas. Retiraron sus vistas de tan insolente hecho y se alejaron hacia la iglesia para implorar por tan pérfida mujer.

Después de aquella remembranza del pasado reciente todas guardaron silencio en honor al pundonor de doña Remedios. ¿Qué iba a ser de ellas ahora que había muerto?

-Ya me acuerdo, ya me acuerdo... Doña Remedios me dejo esta carta dirigida a todas nosotras –profirió doña Olvido ante la mirada atónita de sus compañeras. Doña Modesta recogió la misiva y la leyó en alto:

“Queridas amigas en la decencia y el decoro, he de suplicaros que cumpláis mi último deseo: esparcid mis cenizas por entre las santas sábanas sudadas por nuestro cofrade secreto en el amor, Agustín”.



 
Este relato nació en un paseo de tarde de invierno con un amigo, Norberto Martín. La conversación dejo escapar la historia poco a poco y entre los dos la fuimos dibujando. Mi agradecimiento por todas sus aportaciones a este amasijo de despropósitos.
.