Sacó el carné
de conducir naves espaciales el mismo día que le contrató la empresa de viajes
interplanetarios. Su duda inicial se rompió al comprobar lo cierto que era lo dicho
por su amigo: “Si quieres salir del paro, sácate el carné de conducir cohetes”.
Firmó contrato y le mandaron tripular una nave hacia la luna. Su base espacial
necesitaba víveres con urgencia. Le dieron un neceser interestelar, un uniforme
y una tarjeta Espavisa para gastos cósmicos.
No supo si
fue largo o corto el trayecto a la Luna: los suspiros, el control de los mandos
y sus sueños entrecortados no le dejaron calibrar. La llegada a la base lunar y
su recorrido de pasillos lo desorientó. Tuvo que tomar un taxi para acercarse a
su hotel. Pasó un día muy raro: metido en su cuarto, mirando prospectos lunares
de los lugares más visitados y películas exuberantes.
Entró en la
nave espacial para iniciar su viaje de vuelta. Se aseguró que recargaran el
combustible, subieran las hortalizas del invernadero lunar y sellaran la valija
de correos. Cerró todas las compuertas y dirigió sus pasos al pasillo que lo
llevaba al centro de mando. Al entrar se asustó, otro tripulante muy charlatán iba
a hacer el viaje con él.
A mitad del trayecto,
su compañero enmudeció. Sus ojos no se movían de un punto en la galaxia. Su
voz, apenas audible, le informó que el lugar señalado por su dedo fue donde
chocó hacia mucho tiempo con el meteorito..