En la calle comienzo un peregrinaje por las calles, mirando escaparates por si alguien me sigue y bebiendo cañas que me hagan olvidar la posibilidad de que alguien me siga. Es tal mi ingestión de cerveza que apenas me acuerdo de pararme a comer, algo que suelen hacer las personas con dos dedos de frente, pero que yo había olvidado hasta de la existencia de algo que no sirviera para almacenar líquido. La verdad es que el lugar donde voy a comer me recuerda que además del lugar de acumulación de fluido de ambrosía es importante también mantener un lugar que se dedica a recibir los aromas y rechazar aquellos no adecuados. Demasiado tarde, el camarero viene con el bloc en la mano.
En el baño queda gran parte de lo ingerido allí y aquello que introduje con anterioridad. La salida a la calle me devuelve a los olores cotidianos. Puedo saltar de alegría por la dicha de vivir aun muy a pesar de los menús del lugar, pero debo de darme prisa para llegar al cementerio, quedaría muy feo no ir al entierro de un jefe. Allí veré a los hijos e intentaré entender un poco lo que el abogado me decía. Cojo un taxi que me haga no llegar tarde al evento y me de tiempo a dormir algo.
Aquella zona del cementerio está compartimentada en diferentes recovecos: la zona para los amigos de hijos y ex mujer, llena de camareros con bandejas repletas de champán; la zona de vecinos y gente del barrio del muerto, donde la charla es fluida y alejada de toda tristeza; la de sus compañeros de la prensa y empleados, donde las palabras salen más entrecortadas y se ve alguna lágrima; la de la policía, tan discreta y disciplinada con la fumarada. Entro por este lugar de una forma silenciosa y escudriñando donde se encuentran mis compañeros. De repente alguien me habla.
-Hombre, don Manuel –empieza bien con ese tratamiento tan estirado-. Soy el comisario Cepeda, el que lleva el caso de su jefe.
-Tanto gusto –le dije un poco forzado.
-Vaya juerga que se llevan estos días usted y sus subordinados –me imagino que se refiere a mis compañeros-. Bueno, bueno, ¿así que usted dirige a los Sherlock Holmes de gacetilla que nos están haciendo la competencia?
-No entiendo lo de gacetilla, ¿se referirá usted a los periodistas que encuentran pistas que vería hasta un ciego y ustedes dejan tiradas por los lugares cercanos al crimen?
-No hace falta que se ponga así. Aunque no fueron los que apretaron el gatillo, sus hijos tenían intención de asesinarlo, y ahora que lo ha publicado su diario va a ser difícil que ningún juez pueda dejarse influenciar por la familia.
-Comisario –le llama un joven policía descamisado-, han robado el cadáver.
-¿Qué? –su cháchara queda cortada por una salida fugaz.
Me dirijo hacia mis compañeros. En la zona del cementerio comienza a subirse un poco la voz. Es más, parece un paseo en hora álgida y no un camposanto. Con el ruido humano no se oye el de las balas. El cuerpo de Enrique se desploma y el griterío aumenta. Las carreras van de un sito a otro, hasta que las balas las coartan. Solo yo quedo quieto en el sitio.
TÚ DECIDES
Después del descanso del día 31 de diciembre, publicaremos el capítulo que va a tratar sobre vuestra decisión sobre la mafia rusa. Gracias a Xio y a Manu Sancero por su participación, con ella han decidido no pagar a la mafia rusa, a ver que ocurre. Ahora os dejamos con la nueva pregunta:
-Comisario –le llama un joven policía descamisado-, han robado el cadáver.
Con estas palabras conocemos de la desaparición del finado. ¿Dónde piensas tú que va a aparecer?
A.- En unas bodegas de vino, con unas cuantas botellas en el féretro.
B.- El los váteres del cuartel de policía con una nota de amor para el comisario Cepeda.
C.- En un escaparate de unos grandes almacenes, trabajando de maniquí.
En tus manos está la decisión. A la semana después de la decisión se publicara el capítulo.