29/7/13

POETAS EN EL TINTERO 3

MARILUZ GH
 


Antes que nada, gracias por la invitación.

A la hora de escribir soy un poco caótica o anárquica, mejor. A veces es una palabra la que me da una idea para escribir y otras es una imagen; incluso un sonido puede activar mis neuronas; y me dejo llevar por esa magia. Suelo escribir de un tirón y rara vez me detengo a corregir, tal vez porque soy mujer de improvisaciones.

Últimamente estoy embarcada en un proyecto poético-pictórico, por eso me ha parecido oportuno compartiros mi reflexión tras la mirada del cuadro "La Joven de la Perla". Me puse en el lugar de la joven, pero ya en sus años de madurez y, tal vez, desengañada del amor.

Espero que disfrutéis su lectura tanto como yo al escribirlo.






LA JOVEN DE LA PERLA


Me sentaré al portal
en el frescor de la tarde,
cuando los rayos del sol
buscan refugio en el horizonte
y el estallido del rojo en el poniente
despierta todos los sentidos.

Me sentaré a esperarte
como cada vez que recuerdo tu nombre
sin importar las ausencias,
sin esperar efímeros regresos,
solo por el placer de sentarme
y dejar que el aire mueva mis cabellos
hoy grises y ayer color azabache;
y dejar que las sombras me abracen
sin miedo a la noche.

Me sentaré a mirar las gaviotas
presurosas regresando a la playa,
bailando la danza del fuego
del horizonte que arde sin quemarse.

Me sentaré con un libro en las manos,
cualquier libro que mantenga las manos quietas,
y buscaré la palabra exacta
para ese momento de mágica muerte,
cuando quien muere es la tarde
y alguna vez, la esperanza.

Me sentaré a recordarme
en aquellos estados de vigilia constante
cuando tú te escapabas de mi lado para verla,
cuando yo dejé de amarte,
cuando encaneció mi pelo
y dejé de ser: la joven de la perla.


 

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22/7/13

TERNURA





Cálido albor de sentimientos

que rastrea maravillado

                        el torso en primavera,

besa mi anochecer a la vida,

                        mi manantial de deseos,

                                                               mi cuerpo.

 

No olvides ovillarte en mi fuente

que emana anhelos

                       de tu esencia,

bebe mis miradas lascivas,

                       mis suspiros penetrantes,

                                                                mis gozos.

 

Y aquieta cada marejada

que anega mis afanes

                        de tu balbucear sereno,

percibe el roce de tu alma,

                         el beso en tu corazón,

                                                             mi ternura.

                          

 .

 

15/7/13

ECOS DE MAR


Estos Cuentos Interestelares son una nueva sección en la que van a ir publicándose historias que se producen fuera de la Tierra. Puede aparecer un marciano con antenas, o una nave espacial, o… bueno, no penséis que estas narraciones vayan a trabajar la diferencia, intentaremos poner el peso en las igualdades.
Este primer cuento se desarrolla en Ávalon, un planeta a muchos años luz de donde vivimos los terrícolas pero que, como nosotros, sufren y ríen. Tiene una sola mar y un solo continente que ocupan a medias el espacio del lugar. Pero empecemos:

 

“Cuéntame una historia de la mar”, le pedía Sisu a su abuelo cuando aún era niño. “Anda, cuéntamela”, repetía enloquecido. El abuelo Nasar no perdía ni un segundo en complacer a su nieto. “Esa ya la sé” decía enfurruñado a la vez que exigía otra. Entonces Nasar se sumergía en los recuerdos de las épocas en que había vivido pegado a la mar. Lo había hecho en Galeno, el mayor puerto de Ávalon. Allí llegaban los barcos y las naves espaciales de mayor tonelaje de todo el planeta. Nasar había trabajado como estibador hasta que se cansó de tanto suplicio y se marchó para Ruda, una pequeña ciudad en el interior de Ávalon, donde consiguió un puesto en la empresa que revisaba el nuevo tendido eléctrico. “Una de esas en las que tú andabas a la pesca con tu abuelo”, reivindicaba el niño. Nasar se hacía el loco mientras Sisu gritaba más y más. Por su cabeza pasaba solo historias de cómo se había casado en Ruda y nunca más pudo ver la mar. “Venga, abuelo”, lo apuraba. Había dicho un adiós definitivo al océano, se había encaminado para el interior en busca de la luz y lo único que logró fue enrolarse en una empresa familiar de brocha gorda.
-Érase que se era…

Sisu recordaba cada minuto que pasó al lado de su abuelo Nasar. Hasta aquel día de marras en el que, al levantarse, descubrió que su abuelo no le contestaba. Oyó nada más llorar a su abuela. Una nota que había encima de la mesa de la cocina decía que Nasar volvía a Galeno, a la mar que había dejado perdida. Sin mirar atrás, a su familia, hizo su maleta y no metió ningún recuerdo en ella. Ninguna de las risas de Sisu, su alegría.

Sisu no lo olvidó.
No pudo perdonarle.

 

Apenas llegada la pubertad tuvo que ponerse a trabajar con su padre. Continuó con el oficio familiar, la brocha gorda. Ruda tenía fama por sus casas de paredes blancas y puertas y ventanas de colores llamativos. Entre brochazo y brochazo volvía a su cabeza aquella voz de niño. “Venga, abuelo”, evocaba. “Cuéntame una historia de la mar”. La voz fue poco a poco perdiéndose, dejándose meter en el baúl de los pensamientos, en el baúl del olvido.
Enseguida se aficionó a emplear dos brochas: la gorda para el día y la fina para la noche. La gorda le ayudaba a pintar con su padre. La fina se mezclaba con óleos que regalaba a su abuela. Rehacía la mar que la anciana aguardaba.

Fue la abuela quien le enseñó a no odiar la mar. Esa mar que de muchacho se hizo de ausencia. Esa mar que se hizo vieja de tanto arrinconarla.

 

Sisu salió por la ventana del desván a pintar las paredes exteriores de aquel Palacio de las Artes Siderales. El tejado estaba húmedo. La niebla se encargó de empaparlo. Movía su brocha de arriba abajo. Con una cadencia suave subía y bajaba la mano. Como una ola llegando a la orilla. Como un… El grito se oyó en todo el palacio. Su cuerpo resbaló sin piedad. Se estrelló entre los setos. Allí dejó el movimiento para siempre. Se rompió la columna. La alegría. El futuro…. La mar se le vino encima sin avisarlo. Sin darse cuenta que para vivir necesitaba el trabajo. Lo golpeó como una ola de tsunami. Una ola de dolor.
En Ávalon había dos tipos de habitantes: los que vivían para no trabajar y los que trabajaban para malvivir. Sisu era de los segundos. Aquellos que no tenían ni una miserable moneda con la que comprar una silla de ruedas. Tenía que esperar turno para poder dar una vuelta en la silla de ruedas colectiva. Gozaba la solidaridad de los pobres de su barrio porque los ricos solo rezaban a su dios para llenar su panza.

En aquel tiempo volvió a su vida el recuerdo de Nasar. “Cuéntame una historia de la mar, abuelo, que no me puedo mover de la cama” suplicaba Sisu. Su abuela le limpiaba el sudor, le arrascaba los picores, le daba de comer y beber, le lloraba el alma. “Anda, cuéntamela, que tanta quietud me aburre”. La abuela le llevaba a casa a todas las personas que habían estado alguna vez al lado de la mar, al lado del recuerdo, para que le mitigaran tanto tedio. “Esa ya la sé, la veo todas las noches en mis pesadillas”, se quejaba Sisu. La anciana no lloraba delante de él pero en la salita olía a sal, de tantas olas de lágrimas que rompían contra la roca de su pena. “Una de esas en las que tú eras niño y corrías sin silla de ruedas”. Su chaval del alma, ése al que tanto visitaban los amigos al principio y del que se olvidaron al pasar del tiempo. Ése que ya solo reconoce el pasado de la mar y Nasar. “Venga, abuelo, que me va a entrar el sueño”. La abuela tenía cada vez más dificultad para encontrar a alguien que viera la mar alguna vez.
-Mira, Sisu, esta joven es de Galeno, donde el abuelo Nasar.

En la voz de la joven, el rugir de las olas se oía con claridad. La mar estaba brava y se dejaban sentir las rompientes de sal. Sisu escuchó al océano romper contra los acantilados, tal como su imaginación hacía de niño junto al abuelo Nasar. De Yaraima no salía ninguna imagen pero sí miles de palabras, miles de caricias llenas de dulzura, miles de olores a cuerpo joven, miles de sentimientos comunes. Ella no veía. Él no se movía. Los dos rieron, hablaron, se desearon.

 

Yaraima no regresó a Galeno. Para ella, la mar se encontraba tierra adentro. La mar era el amor que Sisu sintió por ella.
Sisu no tuvo más recuerdos de su abuelo. La mar que le había traído Yaraima era la única importante.

Ambos vivieron de recuerdos presentes. De las olas de cuerpos que se juntan y separan. De sentires copulando en la verdad.
En la verdad de su amor.

En la verdad del amor.
 
 
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