15/2/14

LAS TERTULIAS DEL ETCÉTERA

Quiero dedicar este relato a un café que me ha acompañado muchos años de mi vida y la ha hecho muy feliz. Es el último de unos cuantos cafés con solera que han desaparecido de mi ciudad y las fotos de esta entrada van a ser de y para él. A ti, café Dindurra, va este escrito y las fotos que lo ilustran.

La cita para comer en el café Etcétera se adelantó un día a causa de don Justo, mentor literario de nuestra tertulia y miembro de las dos grandes familias de Villapalofrío, que tenía algo urgente que contarnos.
-Estamos de enhorabuena. Doña Virtudes, viuda de don Inocencio Pereíra, se ha comunicado con mi persona para decirnos que su nuevo rentado quiere pertenecer a nuestra renombrada tertulia. Parece ser que es un afamado escritor Premio Nobel de Literatura de cuyo nombre no puedo acordarme.

El murmullo se extendió hasta los escusados del café, donde se iba a fumar los días de lluvia y frío. Después de sacar a relucir el orgullo de tertulia prestigiosa, de comer alocadamente entre un jolgorio desenfrenado y de organizar la sesión de bienvenida a tan ilustre personaje, quedamos en vernos al día siguiente.

 

Don Justo nos había indicado que entre la gente bohemia estaba mal visto ser puntual. Me pareció que diez minutos de tardanza serían suficientes pero así todo fui el primero en llegar. Comprobé que la máxima de don Justo no era del todo cierta pues nuestro invitado ya había llegado. Le hice una genuflexión y el me respondió con un apretón de manos. Mis compañeros fueron llegando pausadamente, al igual que los pinchos del café Etcétera fueron cayendo en el estómago de nuestro invitado. El último en aparecer fue don Justo, que, una vez allí, abrió el desfile hacia el comedor donde las viandas nos estaban esperando.
Nunca vi, aunque mejor diría oí, una tertulia tan silenciosa. Nuestro convidado no estaba ni diez segundos con su boca desocupada. Como buenos anfitriones de provincias hicimos todo aquello que él hiciera, no fuera a pensar éramos demasiado rústicos. Cuando dijo sus primeras palabras, los demás descansamos de tan truculento almuerzo e hicimos servirnos unas sales de frutas.

-Caballeros –comenzó-, me regocijo de poder estar con tan ilustres miembros de la conocidísima tertulia literaria Etcétera. Hasta la capital del reino ha llegado vuestras insignes reuniones –las sonrisas de honra sonaron amplias y ruidosas-. Por eso, juzgo que sería muy correcto el extender nuestras veladas a todos los días de la semana –nuestra adhesión a tan extraordinaria idea no se dejó esperar mucho-. Acordado lo tal, creo que podíamos quedar sin más para mañana.

Todos esperábamos tenerle que pagar la comida a tan ilustre novato pero don Justo también se escaqueó como de costumbre. Salimos del café con los bolsillos rascados y el frío envolviendo nuestros cuerpos.

 

El señor Premio Nobel enseguida mostró su disponibilidad para darnos pequeños consejos de escritura. La propuesta nos pareció magnífica y enseguida le preparamos una lista en la que se apuntaban dos de nosotros al día, unos antes del almuerzo y otro después. Tan insigne persona nos rogó que reseñáramos también nuestras direcciones para acudir presto a nuestros domicilios. Nos congratulamos por ese signo de campechanía y de humildad.
Pronto vimos que el visitado de la mañana debería de proporcionarle un opíparo desayuno y el de la tarde una bien aderezada cena. Sus consejos, todo hay que decirlo, bien valían el sacrificio. Nos dejaba a todos boquiabiertos por su genialidad y maestría. Hablaba y hablaba con tanta franqueza y atino que enseguida hubo invitados a los encuentros.

 

Las dos grandes familias de Villapalofrío, con don Justo a la cabeza, abrieron sus puertas a tan ilustrado personaje a sus cenas. Se acabaron nuestras lecciones tardías, reduciéndose exclusivamente a las de la mañana. Dieron comienzo las charlas de sociedad donde las grandes familias reunían a la gente de importancia de los alrededores. Llegó a haber peleas por una plaza en tan refinada tertulia social. En una de tantas reyertas tuvo que intervenir la policía y el premiado salió escopetado por las cocinas.
Después de aquello, nos sentimos todos muy abochornados y le rogamos mil perdones al reputado escritor. Él no le dio importancia pero nos notificó que le había llamado su secretario personal de zona para informarle que habían solicitado su presencia en Sudamérica, donde iría a dar múltiples charlas sobre su visión de la literatura. Todos nos sentimos orgullosos de haber tenido esas charlas de forma gratuita.

 

Poco después, doña Virtudes, la viuda de Inocencio Pereira, vino a nuestra tertulia. Todos pensamos que nos traía noticias del notorio tertuliano. ¡Qué va! La muy entrometida nos venía a contar que el Nobel se había marchado sin pagarle, dejándole el teléfono de su secretario personal de zona para que le enviara un cheque. Al llamarlo, comprobó que era el bar de carretera lleno de neones que había en la entrada de Villapalofrío. Intentó profundizar en su cotilleo, pero la echamos con cajas destempladas. Conociendo a la muy lumia lo despistada que era, seguro que se había confundido al tomar nota del dichoso teléfono.


No te olvides de visitar mi blog de poesía y prosa-poética Deseo Indigno.
 
 
 
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1/2/14

CENTENARIA POBRE, CENTENARIO RICO


Es difícil llegar a centenario en Villapalofrío, sin embargo ellos dos, además, los cumplen el mismo día y a la misma hora. Las familias lo están celebrando por todo lo alto pero la de él en la Orilla de Oro, con los ricos, y la de ella en Villacajón, con los pobres. Allí les dieron a luz y allí recibieron la primera nalgada. A partir de aquel momento, ambos se precipitaban a un extraño vaivén de amor y egoísmo.

Ella enseguida notó que había un silencio sepulcral cuando se hablaba de su pasado, de ese pasado que se extiende a épocas en las que todavía no había nacido. Sabía cuál era su padre en los malditos papeles, pero jamás se explicó porque su madre lo conoció dos años después de que ella hubiera venido a este mundo.

Él, sin embargo, nunca notó nada extraño en su concepción. Siempre era recibido como el primogénito del matrimonio, aunque su padre torciera la boca cuando algunas miradas se cruzaban.

Los estudios los realizaron de forma bien distinta: ella en la escuela del pueblo y de forma breve; él en el mejor colegio de la capital para pasar luego a la universidad.

Ella, cuando terminó la primaria, empezó a lavar la ropa de las casas de la Orilla de Oro con su madre. Allí lo conoció a él, el chico más hermoso que había conocido en su vida y que, para mayor suerte, veraneaba con la familia tan cerca, pero tan lejos, de ella. Cada día de estío anhelaba la hora en que aquel mozalbete se dejara ver. Cada suspiro, cada deseo, cada mirada hacían que le quisiera un poco más sin apenas conocerlo. Los pensamientos se agolpaban adivinando cómo sería aquella persona maravillosa.

Él no la vio hasta que los dos tenían dieciséis años. Su figura de eróticas curvas y rostro poético le hicieron ansiar tener sexo con ella. Empezó su galanteo hacia aquella pobre chica poseedora de algo que él deseaba: “un nuevo chocho para su colección”. Ella se dejaba querer, el fingía quererla. Una noche, en las fiestas de la villa, se encontraron en el prado de la orquesta y bailaron algunos temas todo lo apretados que pudieron. Él, después,  la invitó a pasear por la Orilla de Oro donde le enseñaría su sitio secreto. La conversación se convirtió en besos y los besos en sexo. Ella lo amo, él la poseyó. Desde aquella noche la distancia se arremolinó entre ellos con y sin consentimiento. Ella buscándolo y él huyendo.

Una ley muy restrictiva del aborto la obligó a tener el fruto de aquella noche de trampa con esencia de amor. Un niño, hecho como ella de silencio, vino a este mundo a mostrar la suma de dos bellezas pero el corazón de una de ellas: su madre. Desde la cuna aprendió a dar cariño y a ser la alegría de todo el que lo rodeara. Buena maestra le tocó en suerte.

Él se casó con uno de los apellidos más ilustres de la capital. Del matrimonio vino un solo fruto egoísta y mal criado como ellos. Enseguida padre y madre hicieron sus vidas por separado y él se abalanzó sobre cada hombre y mujer que se aproximará a una cama.

Ella trabajó toda su vida para sacar adelante a hijos, nietos, biznietos y algún  tataranieto. El esfuerzo se vio recompensado con una vida de adoración, todos le daban el amor que él le negó. Todos la agasajaron con su fervor.

Él fue un hombre de negocios con éxitos muy sonados. Esos éxitos que no tuvo con su hijo mimado que hundió todo lo que su padre sacó adelante. Acabó sus días viviendo en la casa de verano de Villapalofrío con una estupenda jubilación pero alejado de la riqueza de antaño.

Hoy, el día de sus cumpleaños, ella aún sigue sintiendo como su corazón se agita cuando lo ve o piensa en él. Sin embargo, él aún no conoce lo que significa la palabra amor.







A partir de esta entrada, el blog cambia sus formas. La poesía y la prosa poética se publicará en mi otro blog Deseo Indigno. Éste se dedicará a publicar historias narradas sin prisa, con libertad, donde no se contarán las palabras para que sea micro o un relato. Cada ficción va a ser libre para fluir, sin encorsetarla en el numero de palabras. A partir de hoy aparecerán los 1 y 15 de cada mes gestas de Villapalofrío, una villa donde la vida va a dar vueltas sin parar. Espero que os guste.


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