16/2/15

CUERPOS REBOSANTES DE MENTIRAS



Cuerpos rebosantes de mentiras
recogidas en lagos de avenencia

y abandonadas en ríos de acusación,

no clavéis vuestra inmundicia,

ni cantéis vuestros engaños,

ni tanteéis vuestra desidia,
dejadnos recorrer el pulcro camino

lejano del  tedioso sendero de la falacia,
dejadnos sentir el digno trino

de los pájaros exultantes de la vida.

 

Cuerpos rebosantes de mentiras
pensad que el fruto que nace en nosotros
jamás se empodrece con la inquina,
con el alud de la sospecha,
con la mirada del asesino de la razón,
con el negro carbón de la calumnia,
apartad vuestra verborrea culpable
del viento suave de la existencia,
apartad la injuria chirriante
del placido fluir de la deferencia.
 














 
 
Cuerpos rebosantes de mentiras
no conseguiréis llenar nuestros corazones
de vuestra virulenta falsedad.
 

Llegó la hora del descanso, necesito relajarme y descansar antes de ponerme la toxina botulínica para mi lado derecho del cuerpo medio dormido. Volveré el 4 de mayo, a las 9 de la mañana, con otra aventura en Villapalofrío. El 18 de mayo podréis leer otra sensación. Hasta entonces, que seáis felices y la vida os sea todo ventura, saludos.

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2/2/15

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA


 
Al acabar el colegio, mi madre, que siempre se le dio bien el repartir tareas, mandaba a cada hijo a realizar una. A mí, por ser el mayor, me enviaba a su antiguo trabajo por encontrarse lejos de nuestro barrio de Villacajón, uno de los más pobres de Villapalofrío. Jacinto, su antiguo jefe antes de que su negocio fuera a menos por el dichoso supermercado que le plantaron al lado, me tenía guardado pan y pastelillos hechos en su obrador. Después de recogerlos, caminaba a toda prisa para ver si los niñatos del colegio de pago no hubieran salido. Nunca había suerte. Un grupo de ellos, entre los que se encontraban los nietos de las grandes familias, comenzaban a insultarme y lanzarme piedras casi seguro recogidas por la mañana, antes de entrar a clase.

Aquel día no llevaban piedras y eso me mosqueó mucho. Comenzaron a perseguirme mientras gritaban que tenían hambre, que me iban a comer los pastelillos y el pan. Corrí desesperado, con el miedo como acicate, pasando por calles ajenas a mi calaña. De repente, apareció una iglesia muy puesta, de esas que las mantillas no iban recosidas. Su párroco les gritó por su nombre a los niños pijos, éstos recularon. Me acogió entre sus brazos y me acarició.

-No te preocupes hijo mío, todo ha pasado. Entra conmigo a rezarle a Dios a su casa.

Nunca pensé que rezarle a Dios fuera tan doloroso.


Nos volvemos a ver el 16 de febrero, lunes a las 9 de la mañana, con otra sensación que espero os guste.

El 4 de mayo, después de los dos meses de descanso que me he de tomar, estaré con todos vosotros en otra historia de Villapalofrío que os hará vibrar. Saludos.

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