20/5/14

FAMÉLICA RELIGIÓN

Estudiando el tema de cómo es el microrrelato en otras lenguas, he llegado al inglés donde se divide en dos: micro fiction y flash fiction. En el primer caso el relato puede llegar hasta las 300 palabras y en el segundo va de 300 a 1000 palabras. Sin saberlo, todo este tiempo he estado escribiendo flash fiction. Me encuentro muy cómodo haciéndolo y las historias tienen un empaque distinto al micro fiction.

La vocación fue algo obligado en la vida de Zacarías. Hijo de padres sexagenarios, fue el último de trece vástagos que luchaban por los mendrugos de pan apenas asomaban por la puerta. El cura del pueblo propuso a sus progenitores la entrada en el seminario y desde bien temprano se comprobó que sus creencias distaban pocos pasos de una cocina.

Después del seminario, la vida quiso que su barriga acabara en Villapalofrío donde empezó un ayuno más miserable que el de casa, llegando algunas noches a acostarse viendo a dios entre el hambre. El responsable era el padre don Ataúlfo que cerraba cualquier riqueza culinaria entre las cuatro paredes de su habitación y, por mucho que Zacarías intentara entrar en aquel lugar sagrado, don Ataúlfo tapiaba todas sus esperanzas.

Al llegar el invierno algo atípico sucedió: Doña Amelia Amalia de la Flor Zazua, una de las veraneantes millonarias, llegó a su palacio un poco fuera de temporada. Resulta que estaba gastando sus últimos alientos de vida y deseaba despilfarrarlos en aquel rincón de tranquilidad extrema. Mandó inmediatamente que fuera uno de sus criados en busca de don Ataúlfo para que ejerciera de capellán. A éste le sentó mal que le dieran trabajo extra en épocas no veraniegas y mandó hacer la faena al joven Zacarías. Doña Amelia Amalia quedó muy impresionada por el muchachuelo, no siendo a desviar sus ojos de aquella tersa hermosura y adornada con jovialidad infantil. Zacarías comenzó a comprender las lecciones sobre el paraíso apenas las diligentes sirvientas llevaron los pasteles que acompañaban al té. Acabada la visita, la señora envió una misiva al obispo donde relataba los grandes avances que la iglesia había sufrido en Villapalofrío desde la llegada de tan hondo baluarte de juventud y frescura.

Ella sintió que su casi extinta vida se rejuvenecía ligeramente y él que su corazón se llenaba de alegría al ver su apetito recompensado. Los paseos por el campo se alternaban con los canapés silvestres; las oraciones cogidos de las manos se compenetraban con frutas y pasteles; las miradas de soslayo y los toques apenas sin malicia dejaban paso a cenas opulentas; las charlas divinas y humanas se alternaban con cualquier comida del día,… La cama llegó tras varias botellas de un buen vino francés y Zacarías descubrió que había más placeres que los de la barriga. La práctica fue severa, nada que no pudiera conseguir un alumno aventajado como él. Zacarías abandonó el sacerdocio pero no se alejó mucho de la alta sociedad, donde sus vástagos estaban tan necesitados de aprender latín y griego. Amelia Amalia se encargó del marketing de tan próspero negocio y vio que su vida se engrandecía.

Pero el tiempo no se dejó engañar por la felicidad: la muerte se acercó al palacio entre arrumacos y se llevó a tan beata creyente de los placeres de la vida. Don Ataúlfo y el señor obispo presidieron todas las honras fúnebres, así como todas las alabanzas a tan piadosa dama. Pasado tan mal trago, asistieron a la lectura del testamento donde se le dejaba a la iglesia todos los negocios de la dama. El palacio y una suma ingente de dinero tenían como destinatario a Zacarías. Al joven no le extrañaría nada que la iglesia tuviera que sacar a subasta algunas de sus muchas posesiones en Villapalofrío para cargar con el legado de doña Amelia Amalia. Una noche de confesiones, la gentil dama le dijo que a ella nunca se le habían dado bien los negocios de su difunto marido.



.

6/5/14

LEYENDA RURAL

Antes de empezar el relato quiero haceros llegar la definición que de leyenda urbana la Wikipedia hace. Luego está mi juego con leyenda urbana y rural, cuestión de matices.


A mis diecinueve años sucedió algo en Villapalofrío que nos iba a cambiar nuestro punto de vista de las famosas leyendas urbanas. Silvestre, regente de la tienda de ropa masculina para la plebe, vio como los ahorros de toda su vida se los llevaban los señoritos prestamistas del dinero ajeno con alevosía y lujuria. Al comprobar que el timo parecía legal, el comerciante empezó a consumirse hasta que el pobre diablo llegó a parecerse a un auténtico espectro. La última vez que lo vimos con vida fue cuando iba a casa de la bruja doña María Luisa para que pusiera un conjuro a los canallas cien mil euristas. Cuando la sierva del señor de la noche comenzó tan frecuente ritual, el pobre Silvestre se empapizó brutalmente y tuvieron que darle una palmada en la espalda con tan mala suerte que se tragó su dentadura postiza y se ahogó. En el funeral de cuerpo presente empezó a correrse la idea de que Silvestre había terminado sus días pudiendo lanzar el famoso conjuro a los billeteros ponzoñosos y a todos los señoritingos que vivían del trabajo ajeno. Se llegó a asegurar que aquella maldición iba a traer cola.

A las doce del mediodía, hora de la muerte de Silvestre, empezaron a suceder pequeños eventos a los trabajadores de la sucursal de usura que alegraron a las lenguas vivas del pueblo. El director fue el primero en desfilar por sus bocas al ingresarle en el hospital con la conocida enfermedad del dengue. El regreso de su viaje anual a Tailandia, donde visitaba sus famosos templos del sexo, vino con sorpresa incluida: una picadura sin importancia del dichoso mosquito. El sustituto del director entró con algo de miedo en la sucursal, la limpiadora, que lo vio, dejó el cubo de fregar depositado en el suelo y se apartó para facilitarle el paso, el jefe momentáneo, que no se fijó en el cubo, tropezó con él y cayó de bruces, con tan mala suerte que su pierna derecha se dobló por mal sitio y se rompió en mil pedazos. El accidentado tuvo que guardar reposo intensivo por algunos meses y fue difícil encontrarle un nuevo incauto que lo sustituyera. El siguiente caso fue el de un comercial que al ir como de costumbre al escusado para realizar la difícil tarea de leer el periódico deportivo sin ser interrumpido se sentó en la tapa del váter, la muy ladina rompió en miles de cachos y casi todos ellos se clavaron en las partes más dolorosas del cuerpo que no voy a reseñar aquí… La lista de accidentados se agrandó tanto que algunos pensaron que Silvestre se estaba cobrando bien su venganza.

Mi pandilla pensó que todo aquello eran cosas sin importancia y que doña María Luisa se tendría que esmerar un poquillo más. La bruja titulada de la localidad lanzó entonces un conjuro de padre y señor mío que aseguraba que la venganza iba a lograr cotas de mayor altura. Lo que algunos no esperaban era que fuera al día siguiente, 1 de julio, fecha en que los ocupantes de la Orilla de Oro empezaban las vacaciones en sus palacetes. Ese día en concreto, como era de esperar, los cabezas de familias ricas se dirigían a la sucursal de grandes genuflexiones a depositar en las cajas de seguridad sus mayores bienes. Para tal evento se les ofrecía un pequeño ágape con vinos franceses y pinchos elaborados por el chef de mayor renombre de la capital, mientras uno a uno iban depositando sus posesiones en los sótanos. Un pequeño olor a quemado les interrumpió inoportunamente en mitad de sus charlas animadas y gustos agasajados. Venía de la zona de abajo. Todos empezaron a alborotar y a mostrar sus caras más valerosas huyendo hacia la puerta principal. Una explosión los pillo a todos alejándose. Acorde al informe policial se trató de una fuga de gas en el local próximo. Los días siguientes al suceso, las ferreterías locales tuvieron mucho trabajo vendiendo cajas fuertes e instalándolas. Vamos, que les arregló el verano.

Los medios de comunicación del estado se plantaron en Villapalofrío para acudir a una rueda de prensa del ayuntamiento en la que se iba a garantizar la seguridad de la villa y se anunciaría a bombo y platillo una gran inversión que iba a asegurar el futuro turístico de la zona. Aquello levantó el interés de todos los habitantes que acudimos en tropel a la plaza mayor. Después de una espera larga, empezaron a salir los periodistas que descansaban medio atontados de la paliza lingüística que les había dispensado el alcalde e intercambiaban las estupideces más importantes de su señoría. Sonó el reloj de la plaza dando las doce. Dos estruendos avisaron de la posterior caída al suelo de dos ventanas y el vuelo ligero de miles de papeles que salieron al exterior del edificio. Los periodistas soltaran voces delirantes de asombro y corrieron hacia las hojas voladoras para leerlas. Los noticieros de las radios y televisiones interrumpieron sus respectivas programaciones de inmediato para dar la nueva: se trataba de unos papeles que destapaban la corrupción más salvaje de todas las villas de los alrededores. En los programas de cotilleo se empezó a especular sobre si en el ayuntamiento había catacumbas o no, ya que el alcalde y sus concejales salieron del consistorio sin ser vistos en cien kilómetros a la redonda.

A la hora de escribiros esto no hay noticias sobre los cargos públicos de la localidad. Pero lo que si os puedo informar es que en los bares del pueblo nunca se sirvieron tantos chatos de vino. Silvestre seguro que estará contento allá donde esté, algunos procuramos que su venganza no solo estuviera en manos de belcebú y su sirvienta doña María Luisa. No sé en la urbe, pero aquí, en pueblos y villas, es así como planificamos nuestras leyendas rurales.
 
 


.