31/12/13

ÉXITO IMPARABLE





Fue siendo pequeño cuando descubrieron su irrefrenable ansia por pellizcar a sus hermanos en cualquier parte del atemorizado cuerpo. El dolor, reflejado en sus turbadas caras, era para él un pujante afán por repetir la acción.

La escuela aumentó el número de víctimas y la variedad de torturas. Pero aprendió algo nuevo, los maestros lo tenían por un niño modélico y castigaban a sus envidiosos compañeros que llevaban muy mal su capacidad de superdotado.

El instituto y la universidad los llevó de calle con su picardía hacia los superiores y su refinada brutalidad con los inferiores. Cada relación personal era un experimento en el cual tanteaba nuevos procedimientos de dominio.

Sin duda alguna ahora ha alcanzado el cénit de su sutil potestad. Dedica su vida adulta a implementar políticas de ajuste que redunden en la mejora sostenible del sistema financiero global.


He vuelto de mi periplo por pisos variados ya que por fin han acabado de poner el ascensor nuevo en mi portal. Siguen las obras para renovar la entrada del edificio pero un discapacitado como yo puede circular por él con cierta facilidad. No he querido acabar el año sin hacer una entrada nueva aunque a partir de ahora las entradas serán el 1 y el 15 de cada mes. Saludos ansiosos de éste que vuelve con auténtico mono después de cuatro meses de sequía. Encantado de estar de nuevo con todos vosotros.


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18/8/13

SIN NOMBRE

Otro nuevo cuento surca el espacio y nos trae historias muy humanas. Tras este relato me viene el descanso. Mi portal y ascensor se ponen en obras y he de abandonar el piso por cerca de dos meses. Mi enfermedad no me permite andar entre tanta faena. En medio de los días seleccionados, alguno he de ir a A Coruña para ver a mis amigos gallegos. Saludos a todos, en nada volveré al tajo.


El paso del tiempo olvidó el nombre de aquel planeta pequeño que apretujaba a la población causando una ausencia de espacios verdes incluso bajo los mares circundantes. Hasta mi padre, que siempre estaba contándome historias de lo más variopintas, no fue capaz a hilar sílaba alguna que mentara a nuestro minimundo. Yemías, mi anciano abuelo, recordaba que existían unos lugares llamados bibliotecas donde se recogía en papel todos los conocimientos amasados durante siglos. No sé si estaba un poco chalado o lo estaban los miembros de la casta terrenal, nuestros gobernantes, que habían hecho desaparecer cualquier señal de aquellos libros. La tecnología y sus cansinos recopiladores de ciencia eran los encargados de aglutinar nuestros saberes en pequeñas esferas. La casta visual, nuestros controladores de información, resolvieron que el nombre del planeta no era interesante de almacenar y sobraba junto a otros detalles sin importancia que ocupaban demasiado espacio.

Desde que tengo uso de razón reconozco que siempre tuve gente decidiendo por mí. Incluso en la inmensa nave espacial que tripulaban mis padres llevábamos personas que gobernaban nuestros pasos. La vida que soportábamos estaba dirigida hasta el último detalle: transcurrían once meses yendo de un planeta a otro a intercambiar nuestra ciencia por sus alimentos y un mes para volver a casa a descargar nuestras mercancías y hacer una puesta a punto de la nave. La mayoría de la población éramos nómadas que compartían un desconocimiento total de su tierra a la que solo el cariño rescataba de su soledad.

 

Fue al cuarto día en el planeta, allá por mi descanso veintitrés, cuando todos los astros se congregaron para estropear el futuro de un mundo tan triste que ni tenía un mísero apelativo. El aire acondicionado estelar, que tanto servicio nos prestaba en un lugar tan pegado a su sol, empezó a ronronear de forma escandalosa y todo el mundo encendió sus ventiladores personales para paliar el intenso calor que se nos vino encima. La carga eléctrica llegó a parangones nunca antes alcanzados por lo que las estaciones gravitacionales tuvieron que enviarnos sus reservas mientras avisaban a un operario para solventar el problema. Era Domingo de Oración, cuando toda la casta celestial, nuestros asesores del alma, se congregaban a percibir a nuestro Señor en su sermón eterno. El resto de los mortales planetarios aprovechábamos la ocasión divina para vaguear a nuestras anchas, fieles a la tradición más ancestral. Por ello, se vieron obligados a mandar un trabajador en prácticas con su caja de herramientas destartalada y el libro de autoayuda
para chapuzas en apuros. Abrió el ejemplar a voleo al tiempo que sus ojos miraban expectantes a alguna palabra que le diera la clave para saber si se ubicaba en el lugar correcto. Leyó “color” y la emoción fue tan intensa que le jugó una mala pasada y le hizo creer que se trataba del término “calor”. Comenzó su extenuante trabajo tomándose un ligero descanso que le relajara de tan agotadora tarea y así poder airearse con el tomo de marras. De vuelta al tajo, reabrió el manual con tan buena suerte que lo hizo por la página correcta. Lo ojeó con detenimiento y le surgió una duda: ¿cuál sería la imagen correcta de aquellas dos tan parecidas? Su llave inglesa virtual enganchó la imagen errónea y la enlazó accidentalmente con la cuenta atrás para explosionar el planeta con un meteorito. Una voz relajante, que apenas incitaba a la evacuación urgente, comenzó una cuenta atrás desde el número un millón por la megafonía. La muchedumbre no se dejó llevar por la voz hipnótica y empezó una huida desmedida hacia las naves más próximas, olvidando las más que prudentes instrucciones de los simulacros de abandono del planeta. Ante la avalancha, tuvimos que cerrar todas las compuertas de nuestra nave interestelar. Así todo, no impedimos que se llenara nuestro navío de viajeros nerviosos que rebasaban nuestro cupo en dos o tres cifras. El despegue tuvo que esperar por culpa de los histéricos pasajeros que se habían quedado en tierra y que impedían nuestra partida con sus cuerpos. La llamada de otras aeronaves hizo que comenzaran a reaccionar y corrieran vociferantes alejándose de nosotros.

 

-¡Emergencia, emergencia! Se solicita a todas las naves interestelares que regresen de inmediato y recojan a todo el personal alojado en las naves de barrio que navegan alrededor de nuestro satélite. Meteorito chocara con nuestro planeta.  ¡ Emergencia,…

El mensaje se repetía incesante a través de los intercomunicadores espaciales mientras la nave se deslizaba renqueante por las pistas de despegue. Me dirigí fatigoso hacia mi cuarto para sentarme delante de mi visualizador de galaxias y poder echarle un último vistazo a ese pedazo de lejanía en el que había nacido. La nave encendió los motores de propulsión y se distanció del pasado. Unas pequeñas gotas se deslizaron por mis párpados. Mensajes indicando los lugares de encuentro de los azorados visitantes se dejaron oír por los amplificadores de toda la nave. Algo se movió debajo de mi cama. Lentamente el navío interestelar volvió a la rutina de los once meses viajando. Tiré por la colcha para arriba y miré. Esta vez la nave no se encaminó al hiperespacio, lugar donde adquiría la velocidad de la luz. Un hombre me miraba asustado desde el fondo de la cama. La nave necesitaba un lugar donde proseguir con sus reparaciones. Le tendí la mano y le hablé.

-Sal, no tengas miedo.

-Yo no quería. La llave inglesa tropezó con el meteorito.

Se trataba del operario en prácticas que había armado aquel desaguisado. No había ningún meteorito rondando la órbita del planeta y su único miedo era que fuera castigado con la pena máxima: treinta años vagando por el ciberespacio. Decidimos guardar silencio y esperar a la rectificación de otras naves. Lo colé como un pasajero externo y lo asignaron a mi camarilla. Mientras tanto, la nave seguía buscando un planeta adecuado para las tareas de reparación.

 

Llevábamos cerca de un mes reparando la nave en un planeta donde el agua y la tierra inundaban el ecosistema de vida. Me tocó trabajar en una micronave exploradora que me daba la oportunidad de conocer los entresijos del planeta. Los animales poblaban toda su geografía pero no encontramos la presencia de seres inteligentes. Cada palmo, cada sorpresa, cada alucine me hacían amar un poco más aquel lugar. El sentimiento comenzó a compartirse con mis allegados. Pronto se unieron al sentimiento mis familiares. Cuando me di cuenta, el resto de micronaves lo gritaban en libertad. Enseguida se generalizaron los viajes a pie por los alrededores como manera de matar el tiempo libre. Se montaron algunas tiendas de campaña como cobijo nocturno para periplos más largos.

-Nave AX23, todo ha sido una falsa alarma, regrese al planeta. Repito, regrese al planeta. No ha habido choque alguno con un meteorito.

La comunicación fue recibida a regañadientes por la mayoría de los ocupantes de la nave interestelar. Solo las castas superiores consideraron una bendición el regreso. Los tripulantes, con el bagaje de recorrer medio universo, jamás habían vivido una experiencia tan intensa. Se conocían planetas, estrellas, galaxias… pero nunca se sintieron, se amaron, se saborearon… Una nueva forma de experimentar la vida iniciaba su andar. Solo el viaje cercano llenaba de gozo a la persona. De nada servía conocer lo lejano si no sabías vivir lo que te rodea.

Por primera vez en la historia del planeta Sin Nombre hubo un motín. Sacamos todo lo aprovechable de la nave interestelar y la dejamos partir con las castas insufribles, organizadoras de vida. De ellos nunca más supimos. Nosotros empezamos a vivir de verdad. Al fin éramos conscientes de quiénes éramos y qué queríamos. Al fin supimos que un planeta, si se ama, no puede existir sin un nombre. El nuestro lo llamamos Hogar.

 
SI NO HAS LEÍDO EL PRIMER CUENTO CALCA ABAJO EN SU TÍTULO:
 
 

 

 
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12/8/13

MICROINVITADA 32

LUISA HURTADO GONZÁLEZ
 



Creo que una de las razones por las que empecé a escribir fue por el placer de entrar en una papelería, abrir los cuadernos, sentir el tacto del papel, elegir un bolígrafo, ver como resbala sobre la celulosa y… volver a empezar. Sin embargo, a día de hoy y no deja de ser una pena, sólo uso el ordenador: para recoger las frases que leo aquí y allá que me han impactado o en las que creo que “puede haber algo”, para dejar en algún lugar las imágenes o las palabras que en ocasiones me asaltan (un faro en el desierto, un globo que ve cómo el niño ha dejado de sujetarlo, o “una grulla”, escribo y a continuación, “una hormiga y un muerto”). Son algo así como esquejes de micros, los guardo en un archivo durante un tiempo indeterminado a la espera de que llegue el momento de buscar la historia, de que la frase me llame o, simplemente, tenga que cortarlo, eliminarlo y sustituirlo. En ocasiones las historias empiezan con un “¿y si… ?”, ¿y si contase una receta de cocina como si fuese una corrida de toros, y si… ?”. Muy pocas veces conozco el final; soy la primera en leerme, en sorprenderme y en juzgarme.

No sé mucho más de mí y sólo hay dos reglas sagradas:

-Pelearme, dar vueltas a las frases las veces que haga falta hasta que “el ritmo, la música” parezca ser el adecuado. Hasta que suene bien dentro de mi cabeza.

-Alejarme del texto, irme a dormir, releerlo otro día; obligándome a reescribirlo o tirarlo a la basura llegado el caso.

El micro que os traigo es uno de esos que nació de un “y si…”. Un juego, un experimento, que espero que os guste.

En cualquier caso, antes de que empecéis a leerlo, sólo un momento: dejadme que le dé las gracias a Nel, por traerme a esta casa, por hacerme un hueco entre los que para mí solo pueden ser y son ilustres invitados. Un auténtico honor, gracias. Muchas gracias.




 

A las 11:30 del día de ayer, un hombre armado con un bolígrafo y una goma entró en la página 126 de una novela del centro. Pocos minutos más tarde, retenía a algunas frases, marcándolas en rojo, llegando incluso a empujar a veinte de ellas a un margen, donde las mantuvo sentadas en el más absoluto silencio bajo la amenaza de hacerlas desaparecer. Tiempo después, con algún criterio que no se ha llegado a establecer, liberó a algunas, obligándolas a entrar en algunos párrafos cercanos o escribiéndolas entre líneas, con aparente prisa y letra ilegible; si bien, veinticuatro horas después del asalto, sabemos que ninguna de ellas presenta faltas de ortografía y todas están afortunadamente ilesas.

A día de hoy, el secuestro continúa. Nos consta que aún hay algunos rehenes entre paréntesis; rehenes que sólo serán liberados, usando las palabras del propio secuestrador, cuando alguien le proporcione a esta maldita historia un final aceptable. 


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5/8/13

REBELDES SIN CAUSA PROBADA





La juventud de Villapalofrío empezaba a cansarse de tanta condescendencia con sus mayores. Siempre vivían sus canas de rodillas, como pidiendo perdón, callando cuantas órdenes recibían de sus señores. La plaza central del pueblo fue el lugar señalado para celebrar la primera concentración, el primer grito de libertad. Pero cuando se reunieron nadie los detuvo, nadie los disolvió. Recibieron un trato despreciativo, como de imberbes. Quedaron en verse al día siguiente para realizar alguna acción más contundente.
Los pedruscos fueron el arma elegida para lanzar aunque  el único objetivo posible lo marcaban las casas de los dos señores ancestrales. Ruido de cristales rotos y voces de regocijo se mezclaron con el silencio de los represores.
La violencia aumentaba jornada a jornada en busca de la confrontación. Empezaron a ser molestos por lo que llamaron a una comisión negociadora  de la revuelta. Nervios y vacilaciones se adueñaron de la chavalería. El más resuelto de los jóvenes quedó en representar al movimiento.
El acuerdo llegó a regañadientes. El mozo resuelto les convenció para firmarlo muy a pesar de su carencia de logros. Hubo una votación para elegir al representante que vigilaría el estricto cumplimiento del acuerdo. Fue elegido el que todos sabían, el audaz mozo. Desde entonces, los jóvenes no vivieron de rodillas como sus padres pero callaban ante todo lo que dictaminaba su nuevo vigilante.





No paso el año sin que a Villapalofrío lo nombraran pueblo ejemplar. Sus calles se adaptaron al paso real con guirnaldas de flores, adornos realizados en seda importada y fotos de su alteza el rey de Birloque en tres dimensiones. La mañana de la visita, la villa se aromatizó con los manjares de mesas de distinto sentir. El Club de Campo preparó sus instalaciones para agasajar a tan ilustre personalidad inaugurando dos nuevos hoyos de golf con los nombres de su majestad y señora. El pistoletazo de salida se hizo con la llegada a la plaza central de su alteza real y comitiva a las cinco de la tarde. La banda de Villapalofrío tocó el himno nacional y el alcalde entregó las llaves de la localidad. Ahí se acabó cualquier contacto de la plebe con su rey. Las personalidades más selectas del contorno se encargaron de agasajarlo con una cena de postín y un baile de un sublime cambio de parejas nocturno.

Sin embargo, los jovenzuelos de las grandes familias se reunieron en una de las casas de los señores de la localidad. La selecta combinación de pastillas de diseño, alcohol de importación y música pinchada por el mejor discjockey de la ciudad acabaron en una escalada de sexo y vejación. Piscinas, habitaciones, salones, cocina… fueron testigos del desmande más chic corrido en aquella localidad y circundantes.

En mitad de la noche la luz se cortó de improviso y la música dejó un vacío metafísico para unas almas tan acostumbradas a civilizaciones superiores a las habidas en aquel pueblucho. Uno de los nietos de los señores de la casa ordenó a dos criados, que estaban siendo enseñados en el mundo del placer, a ir al sótano y subir los plomos. Sus linternas alumbraron las escaleras que bajaban a las bodegas y vacilantes se acercaron al lugar ocupado por los plomos. Abrieron la caja donde descansaban tan inoportunos cachivaches y palparon para comprobar cuáles estaban bajados. Se empezaron a oír gritos infernales  humanos y llamadas de socorro maripijas por toda la casa. Nerviosos allá abajo, dudaron si subir corriendo a ver lo que sucedía o acabar su misión tan oportuna. Golpes de caer cuerpos pesados y arañazos salvajes los paralizaron. Poco a poco, miraron para los plomos. Ninguno estaba bajado…


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29/7/13

POETAS EN EL TINTERO 3

MARILUZ GH
 


Antes que nada, gracias por la invitación.

A la hora de escribir soy un poco caótica o anárquica, mejor. A veces es una palabra la que me da una idea para escribir y otras es una imagen; incluso un sonido puede activar mis neuronas; y me dejo llevar por esa magia. Suelo escribir de un tirón y rara vez me detengo a corregir, tal vez porque soy mujer de improvisaciones.

Últimamente estoy embarcada en un proyecto poético-pictórico, por eso me ha parecido oportuno compartiros mi reflexión tras la mirada del cuadro "La Joven de la Perla". Me puse en el lugar de la joven, pero ya en sus años de madurez y, tal vez, desengañada del amor.

Espero que disfrutéis su lectura tanto como yo al escribirlo.






LA JOVEN DE LA PERLA


Me sentaré al portal
en el frescor de la tarde,
cuando los rayos del sol
buscan refugio en el horizonte
y el estallido del rojo en el poniente
despierta todos los sentidos.

Me sentaré a esperarte
como cada vez que recuerdo tu nombre
sin importar las ausencias,
sin esperar efímeros regresos,
solo por el placer de sentarme
y dejar que el aire mueva mis cabellos
hoy grises y ayer color azabache;
y dejar que las sombras me abracen
sin miedo a la noche.

Me sentaré a mirar las gaviotas
presurosas regresando a la playa,
bailando la danza del fuego
del horizonte que arde sin quemarse.

Me sentaré con un libro en las manos,
cualquier libro que mantenga las manos quietas,
y buscaré la palabra exacta
para ese momento de mágica muerte,
cuando quien muere es la tarde
y alguna vez, la esperanza.

Me sentaré a recordarme
en aquellos estados de vigilia constante
cuando tú te escapabas de mi lado para verla,
cuando yo dejé de amarte,
cuando encaneció mi pelo
y dejé de ser: la joven de la perla.


 

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22/7/13

TERNURA





Cálido albor de sentimientos

que rastrea maravillado

                        el torso en primavera,

besa mi anochecer a la vida,

                        mi manantial de deseos,

                                                               mi cuerpo.

 

No olvides ovillarte en mi fuente

que emana anhelos

                       de tu esencia,

bebe mis miradas lascivas,

                       mis suspiros penetrantes,

                                                                mis gozos.

 

Y aquieta cada marejada

que anega mis afanes

                        de tu balbucear sereno,

percibe el roce de tu alma,

                         el beso en tu corazón,

                                                             mi ternura.

                          

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15/7/13

ECOS DE MAR


Estos Cuentos Interestelares son una nueva sección en la que van a ir publicándose historias que se producen fuera de la Tierra. Puede aparecer un marciano con antenas, o una nave espacial, o… bueno, no penséis que estas narraciones vayan a trabajar la diferencia, intentaremos poner el peso en las igualdades.
Este primer cuento se desarrolla en Ávalon, un planeta a muchos años luz de donde vivimos los terrícolas pero que, como nosotros, sufren y ríen. Tiene una sola mar y un solo continente que ocupan a medias el espacio del lugar. Pero empecemos:

 

“Cuéntame una historia de la mar”, le pedía Sisu a su abuelo cuando aún era niño. “Anda, cuéntamela”, repetía enloquecido. El abuelo Nasar no perdía ni un segundo en complacer a su nieto. “Esa ya la sé” decía enfurruñado a la vez que exigía otra. Entonces Nasar se sumergía en los recuerdos de las épocas en que había vivido pegado a la mar. Lo había hecho en Galeno, el mayor puerto de Ávalon. Allí llegaban los barcos y las naves espaciales de mayor tonelaje de todo el planeta. Nasar había trabajado como estibador hasta que se cansó de tanto suplicio y se marchó para Ruda, una pequeña ciudad en el interior de Ávalon, donde consiguió un puesto en la empresa que revisaba el nuevo tendido eléctrico. “Una de esas en las que tú andabas a la pesca con tu abuelo”, reivindicaba el niño. Nasar se hacía el loco mientras Sisu gritaba más y más. Por su cabeza pasaba solo historias de cómo se había casado en Ruda y nunca más pudo ver la mar. “Venga, abuelo”, lo apuraba. Había dicho un adiós definitivo al océano, se había encaminado para el interior en busca de la luz y lo único que logró fue enrolarse en una empresa familiar de brocha gorda.
-Érase que se era…

Sisu recordaba cada minuto que pasó al lado de su abuelo Nasar. Hasta aquel día de marras en el que, al levantarse, descubrió que su abuelo no le contestaba. Oyó nada más llorar a su abuela. Una nota que había encima de la mesa de la cocina decía que Nasar volvía a Galeno, a la mar que había dejado perdida. Sin mirar atrás, a su familia, hizo su maleta y no metió ningún recuerdo en ella. Ninguna de las risas de Sisu, su alegría.

Sisu no lo olvidó.
No pudo perdonarle.

 

Apenas llegada la pubertad tuvo que ponerse a trabajar con su padre. Continuó con el oficio familiar, la brocha gorda. Ruda tenía fama por sus casas de paredes blancas y puertas y ventanas de colores llamativos. Entre brochazo y brochazo volvía a su cabeza aquella voz de niño. “Venga, abuelo”, evocaba. “Cuéntame una historia de la mar”. La voz fue poco a poco perdiéndose, dejándose meter en el baúl de los pensamientos, en el baúl del olvido.
Enseguida se aficionó a emplear dos brochas: la gorda para el día y la fina para la noche. La gorda le ayudaba a pintar con su padre. La fina se mezclaba con óleos que regalaba a su abuela. Rehacía la mar que la anciana aguardaba.

Fue la abuela quien le enseñó a no odiar la mar. Esa mar que de muchacho se hizo de ausencia. Esa mar que se hizo vieja de tanto arrinconarla.

 

Sisu salió por la ventana del desván a pintar las paredes exteriores de aquel Palacio de las Artes Siderales. El tejado estaba húmedo. La niebla se encargó de empaparlo. Movía su brocha de arriba abajo. Con una cadencia suave subía y bajaba la mano. Como una ola llegando a la orilla. Como un… El grito se oyó en todo el palacio. Su cuerpo resbaló sin piedad. Se estrelló entre los setos. Allí dejó el movimiento para siempre. Se rompió la columna. La alegría. El futuro…. La mar se le vino encima sin avisarlo. Sin darse cuenta que para vivir necesitaba el trabajo. Lo golpeó como una ola de tsunami. Una ola de dolor.
En Ávalon había dos tipos de habitantes: los que vivían para no trabajar y los que trabajaban para malvivir. Sisu era de los segundos. Aquellos que no tenían ni una miserable moneda con la que comprar una silla de ruedas. Tenía que esperar turno para poder dar una vuelta en la silla de ruedas colectiva. Gozaba la solidaridad de los pobres de su barrio porque los ricos solo rezaban a su dios para llenar su panza.

En aquel tiempo volvió a su vida el recuerdo de Nasar. “Cuéntame una historia de la mar, abuelo, que no me puedo mover de la cama” suplicaba Sisu. Su abuela le limpiaba el sudor, le arrascaba los picores, le daba de comer y beber, le lloraba el alma. “Anda, cuéntamela, que tanta quietud me aburre”. La abuela le llevaba a casa a todas las personas que habían estado alguna vez al lado de la mar, al lado del recuerdo, para que le mitigaran tanto tedio. “Esa ya la sé, la veo todas las noches en mis pesadillas”, se quejaba Sisu. La anciana no lloraba delante de él pero en la salita olía a sal, de tantas olas de lágrimas que rompían contra la roca de su pena. “Una de esas en las que tú eras niño y corrías sin silla de ruedas”. Su chaval del alma, ése al que tanto visitaban los amigos al principio y del que se olvidaron al pasar del tiempo. Ése que ya solo reconoce el pasado de la mar y Nasar. “Venga, abuelo, que me va a entrar el sueño”. La abuela tenía cada vez más dificultad para encontrar a alguien que viera la mar alguna vez.
-Mira, Sisu, esta joven es de Galeno, donde el abuelo Nasar.

En la voz de la joven, el rugir de las olas se oía con claridad. La mar estaba brava y se dejaban sentir las rompientes de sal. Sisu escuchó al océano romper contra los acantilados, tal como su imaginación hacía de niño junto al abuelo Nasar. De Yaraima no salía ninguna imagen pero sí miles de palabras, miles de caricias llenas de dulzura, miles de olores a cuerpo joven, miles de sentimientos comunes. Ella no veía. Él no se movía. Los dos rieron, hablaron, se desearon.

 

Yaraima no regresó a Galeno. Para ella, la mar se encontraba tierra adentro. La mar era el amor que Sisu sintió por ella.
Sisu no tuvo más recuerdos de su abuelo. La mar que le había traído Yaraima era la única importante.

Ambos vivieron de recuerdos presentes. De las olas de cuerpos que se juntan y separan. De sentires copulando en la verdad.
En la verdad de su amor.

En la verdad del amor.
 
 
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24/6/13

MICROINVITADOS 31

ALBERTO FLECHA
 


Lo primero, quiero agradecer a Nel su amable invitación a participar en su blog y, también, su fe en mí: ni siquiera me considero un microrrelatista. Soy un desastre para fingir géneros, cuando no dudo directamente de la posibilidad de asignar un texto a uno de estos compartimentos estancos. Pienso que la literatura son palabras, nada más, con plasticidad y capacidad de sugerir. Esto, creo, lo aprendí de Oneti o de Carpentier o de Valle o del mismo Rulfo en cuyos textos a pesar de pasar (o suceder), pasa también el lenguaje vestido de sí mismo, como en eso que llaman poesía. Por eso, cuando me pongo a escribir (mucho menos de lo que quisiera), puede salir cualquier cosa. Antes, trataba de dirigir la flecha, ahora trato de dejarla ir sola, que vaya donde quiera. O donde pueda.

 

El micro que dejo aquí es uno de esos donde trato de trabajar el estilo, por eso creo que es de los que más me definen. ¿Cómo llego a ellos? Sobre todo me dejo llevar por una cantilena interior. Algo así como un cauce musical por el que discurre la historia, una especie de fluir controlado de conciencia. A veces parto de una frase, otras de una imagen puntual y luminosa que no puedo apartar de la cabeza. En éste, en concreto, ni siquiera tenía idea de quién era el personaje que se revela al final; hasta para mí fue una agradable sorpresa.

 
 

SUMINISTROS

Y saca del mostrador la bandeja para enseñar el género; un trozo de carne verde, no mucha, sanguinolenta, cortada al tajo de machete. Vuelan en ochos a su alrededor decenas (centenas) de moscas que brillan como brillan las pupilas del cliente. Son destellos verdes, azules, amarillos… “¿A cuánto?” “A seismil” Pues acepta; es caro pero compensa. El dependiente asiente y toma el cazamariposas más pequeño. Con un añejo movimiento de muñeca enreda decenas (centenas) de los insectos nerviosos y de allí al frasco. Se aceleran los movimientos y zumbidos. “Tenga, seismil”. Las manos de la rana que se atiernan sobre el tesoro y al rato, en la calle, mirándolos al sol. Destellos. Y esa lengua golosa que pasea de un lento latigazo por la calva.

 



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17/6/13

JUEGOS CAMBIANTES


 
Se me permitirá decir que la vida que llevó este ruin patán que os habla empezó a torcerse desde bien mocoso. Mi vieja curró para una señoritanga solterona y su sucio minino, ambos se pavoneaban por entre las casas más lujosas del pueblo mientras  prestaban sus servicios de maldiciones al parné roñoso. Mi vieja sustrajo de su domicilio aquel muñeco de color indefinido que tanto servicio me hizo. Tenía en su espalda una faltriquera donde meter mis secretos que no eran otros que los que afanaba a mis rivales. Ya se sabe, cosas de mozalbetes.

Con el tiempo, descubrí el juego que se traían aquella patrona desalmada y su repulsivo micifuz. Fue entonces cuando empecé a realizar mis pinitos en el difícil arte de la maldición. La cosa principió lanzando grandes chorradas y acabó enviando pequeños sufrimientos que mis contrincantes no tenían más remedio que padecer por mi. Resistieron desde cargas de penas carcelarias infames hasta sorpresas de éxitos financieros de este tunante su seguro servidor.

Hasta ese día en el que fui a sacar de su cubil a mi muñeco y no lo encontré. Husmeé por todos los lados sin ningún resultado venturoso. Comencé a notar que la suerte se retorcía desfachatada hasta rematar con mi persona en el trullo. Me cayeron trece años y trece días por apropiación indebida.

Y el caso es que ayer he sentido como arañazos por todo mi cuerpo.



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10/6/13

EL LACAYO DEL ABUELO


 
Mi yayo Alejandro José se había enterado de mi ronda por las pistas de esquí de Suíza y se había mosqueado mucho por no haberle avisado a tiempo. Sacó una mochila de la alacena polvorienta de la mansarda principal de la mansión y me la cedió junto a su negro lacayo. Mencionó que un íntimo suyo se acercaría a mi supermegahotel de Zurich para retirar aquella monísima y encantadora mochila Chanel de mi yaya Mercedes Augusta.

 
Fue archimolesto buscar un asiento de zona Vip en el que se me observara desde cualquier parte del aeropuerto. Además, desde allí también podía inspeccionar todos los pasos que daba el lacayo negro en la facturación de mi equipaje. De improviso, medio cuerpo de la ley salió de los más recónditos parajes del lugar y apuntaron sus desastradas metralletas al cochambroso lacayo negro. Mira que le tengo dicho al yayo que no contrate a inmigrantes. Si no lo digo por racismo, solo lo hago por pura higiene del hogar.
Llamé por el iPhone a papuchi que me expidió de inmediato a su chofer filipino. Él se encargó de recopilar todas mis cautivadoras maletas Loewe y la cocada de mochila Chanel. Fue entonces cuando denoté que el muy granuja del lacayo negro se habia apoderado de la fascinante mochila de mi yaya Mercedes Augusta. A saber la clase de andragosa patera en la que iría aquella pobre francesita que mi yaya tanto cuidó. 

 
En el vuelo no logré sustraer mis pensamientos del fino regalo que mi yayo Alejandro José habría mandado a su intimísimo suízo. En el fondo me era megahidráulico, seguro que un harapiento negrata no habrá sabido sacarle provecho a tan exquísito presente.




He estado meditando en el desierto pues me había mareado al volver a publicar en el blog. A veces es bueno pensar las cosas y luego ir a ellas con todas las consecuencias. Ahora ya no es improvisación, sé lo que quiero y me presento muy contento ante vosotros. Una nueva etapa se abre ante mi y espero no defraudaros. Lo primero, no soy más Adivín Serafín, a partir de ahora me presento ante todos vosotros con mi nombre de escritor: Nel Morán. Lo segundo, ya lo iréis viendo...

También quiero haceros llegar un libro electrónico de un amigo: Jesús Contreras. Muchos de vosotros lo conoceréis por su blog Intitulado que hace algún tiempo publicaba y del que todavía tengo mono. Es un libro de 101 microrrelatos que se dejan querer. Su estilo sigue siendo muy suyo: lo definiría como un surrealismo muy realista, una dualidad que solo él es capaz de hacer. Si lo quereis conseguir lo podéis hacer en http://www.amazon.es/Frugal-ebook/dp/B00B9ZUXWA/  . Su título es Frugal y espero que os encante.

Ya estoy preparando otro micro...

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14/5/13

LEYENDA ESPACIAL


 
 
Sacó el carné de conducir naves espaciales el mismo día que le contrató la empresa de viajes interplanetarios. Su duda inicial se rompió al comprobar lo cierto que era lo dicho por su amigo: “Si quieres salir del paro, sácate el carné de conducir cohetes”. Firmó contrato y le mandaron tripular una nave hacia la luna. Su base espacial necesitaba víveres con urgencia. Le dieron un neceser interestelar, un uniforme y una tarjeta Espavisa para gastos cósmicos.
No supo si fue largo o corto el trayecto a la Luna: los suspiros, el control de los mandos y sus sueños entrecortados no le dejaron calibrar. La llegada a la base lunar y su recorrido de pasillos lo desorientó. Tuvo que tomar un taxi para acercarse a su hotel. Pasó un día muy raro: metido en su cuarto, mirando prospectos lunares de los lugares más visitados y películas exuberantes.

 

Entró en la nave espacial para iniciar su viaje de vuelta. Se aseguró que recargaran el combustible, subieran las hortalizas del invernadero lunar y sellaran la valija de correos. Cerró todas las compuertas y dirigió sus pasos al pasillo que lo llevaba al centro de mando. Al entrar se asustó, otro tripulante muy charlatán iba a hacer el viaje con él.
A mitad del trayecto, su compañero enmudeció. Sus ojos no se movían de un punto en la galaxia. Su voz, apenas audible, le informó que el lugar señalado por su dedo fue donde chocó hacia mucho tiempo con el meteorito.



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8/5/13

PUERTAS


 
 
Mi único descanso es mirar tu imagen ausente y dejar que tus puertas se entreabran y entren los sonidos desprovistos de amor. Ansío silente que suceda despacio mientras abraso de engaños los minutos. Aguardo. Confío. Analizo cada palabra que barrunto tras esa puerta cerrada, que no me suena a ti, que no me suena a nada; decido entornar la vida para facilitarte el paso en tu ansiada carencia. Espero rendido que tu recuerdo no se haya perdido mientras salpico de soledades tus penurias. Aguardo. Confío. Exploro cada sílaba que crepita tras esa puerta entornada, que no me recuerda a ti, que no me recuerda a nada; doy un paso y abro de par en par la vida que recela de tu partida lejana. Espero apasionado que tu verbo se junte al mío mientras cuelo desesperado el desafecto. Aguardo. Confío. Tanteo cada letra abierta a ti sin piedad, sin olor, sin sabor, sin nada; salgo cansado de tanto gozne que me aisla de tu persona, que me aisla de la ausente llegada de tu primavera, que me aisla de la vida.

No es lícito gemir en este hastío de nostalgia escasa. Tanto tiempo soñándote y jamás te di mi número de puerta, mi número de vida, mi dirección de la ternura, mi amor dormido.

Ni cerrada. Ni entornada. Ni abierta. Mi ansia sólo se refugia en el olvido.
 
 
 
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2/5/13

CORTO CORTO




Era un microrrelato tan sumamente corto que el autor tuvo que trocear su única letra.


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29/4/13

EL CIELO PUEDE ESPERAR


 
Mi vida apenas gozaba de popularidad hasta que un día apareció mi fotografía en toda la prensa. “Acusado de matar a su jefe se da a la fuga”. “Se busca asesino en paradero desconocido”. “Estropea el chaqué de su jefe con un rifle de marca vulgar”… Mi calvario comenzó entonces: me entregué, proclamé mi inocencia y no me creyeron. Vi declarar que me habían visto cometer el crimen a perfectos conocidos a los que no reconocía. En apenas tres sesiones di con mis huesos en prisión. Mi estancia  no fue larga en tan selecto lugar: alguien me clavó un puñal, matándome sin acritud alguna…
Nada más llegar al Cielo, el Señor de las Llaves me aseguró que después de muertos todos éramos iguales delante de nuestro Señor. Ahora estoy aquí, en esta inmensa habitación que nos lleva a las puertas del futuro. Me niego a cruzarlas. Esperaré con paciencia a que aparezca alguna de las personas que cometió la tropelía.

 

Pasaron muchas almas, muchos meses y años, mucho aburrimiento y mucha miseria (no pensé que hubiera tanta). De los susodichos culpables no vi ni la estampa: o eran muy longevos o tenían ya que estar muertos.
Logré colarme de nuevo en la entrada y hablar otra vez con el Señor de las Llaves. Su respuesta fue suave y a la vez muy contundente:

-Es que esos señores son de la casa y entran por el jardín.

 
Después de más de un año de silencio, he vuelto a publicar. Esta vez no va a haber día fijo de publicación, la cosa será un poco más anárquica. Saludos a todos.
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