PROPÍLOGO
Nel, a quien visito menos de lo que quisiera, ha tenido el detalle de
invitarme a aparecer de nuevo en su blog.
He de decir que me agrada mucho que esta vez se me requiera una cierta
explicación acerca de mi manera de escribir, pues cada vez estoy más interesado
en el análisis del uso –inconsciente e intencionado– de los recursos y las
ideas.
Dicen que el escritor debe ser constante, rutinario y ordenado, por eso
yo nunca llegaré a nada más que lo que ya soy. Sin embargo, y al contrario de
lo que sucede con otros vicios, la escritura me llena y me satisface cada vez
más.
Me temo que mi inspiración depende básicamente de un status receptoris, que se presenta de vez en cuando, que dura
varios días, y que debo aprovechar con fruición. Tomo notas en mi teléfono y
procuro desenterrarlas periódicamente. Suelo apuntar frases completas que
utilizo intactas, incluso el microrrelato ya terminado. Quiero hacer lo que
decía Stephen King en «Mientras Escribo»,
pero no puedo. Quiero escribir una idea basada en la posibilidad de que algo
sucediera. Escribir «¿y si...?», y
sacar una historia a partir de ahí; pero no me sale. Hace tiempo que hay una
nota en mi teléfono: «Comerse un dedo con
el bocadillo», pero no fructifica.
Por otro lado, para hacer uso de esas notas, dependo de un status parturiens, que se me aparece
cuando más trabajo tengo, cuando menos tiempo puedo dedicarle, cuando, en fin,
aparece mi capacidad procrastinadora.
Escribiendo, me gusta mucho plasmar con palabras una imagen potente. Que
el lector acabe casi sonriendo porque la descripción es tan diáfana que pudiera
ser casi propia. Para esto, en un análisis posterior, descubro que es el símil
o la comparación la figura que más utilizo. Y me he dado cuenta de que lo hago,
o funciona, porque se parte de una descripción en la que el protagonista de la
construcción de la imagen es el lector; que dibuja un escenario propio a partir
de palabras ajenas.
Luego, tal vez demasiado pronto, corrijo en busca de repeticiones, de
incongruencias, de posibles nuevos ordenamientos; y acabo.
En el caso del microrrelato que incluyo, todo gira alrededor de la escena
primera. Nadie en su sano juicio imaginaría un dragón que cupiera bajo una
cama. ¿Para qué idear un monstruo mínimo de la altura de un somier? Por lo
tanto, la cama está sobre el dragón.
El resto del microrrelato no es más que un juego entre la personalidad
monstruosa del dragón capaz de comerse a un investigador, y la personalidad
asustadiza del monstruo que se esconde de una niña. El detalle divertido de la
música de fondo no es más que un adorno que no hace sino acentuar lo sencillo
de un microrrelato basado únicamente en una escena.
EL DOBLE VIAJE DE JATTERY TIPPLEBY
Mi cama está sobre un dragón. No
es que haya un dragón bajo mi cama. Si observan el tamaño del dragón, verán que
la cama está sobre el dragón.
El dragón se puso la cama encima
para esconderse de mi hermana, que una vez le tiró de la cola y llamó al British
Museum para que vinieran a verlo.
Jattery Tippleby vino desde
Londres a ver el dragón, y el dragón se lo comió.
Todavía, a veces, el móvil del
señor Tippleby suena dentro del dragón; y yo me despierto de madrugada
tarareando God Save The Queen.
XIMENS
Gracias Nel. El germen creo que
es el de casi todos: una lectura que trae recuerdos, una frase oída en la
calle, una imagen, una tarde junto al abuelo. Suelo anotar la semilla en una
libreta que paso a un documento. Con frecuencia repaso ideas y las amplio. Todo
el día estoy maquinando asuntos. Cuando veo clara la historia la escribo casi
de un tirón. Reposo de incluso semanas. Luego pulo, pulo y pulo: narradores,
estructura, ortografía. Finalmente publico en blog, taller de escritura o grupo
de amigos y reconsidero comentarios. Las dos últimas notas son: "Anciana
echando migas de pan por la ventana, pajarillos y palomas se acercan a comer,
momento en el que lanza un cartón de leche" "Cenamos solomillo de
pollo". Algo saldrá.
Tolerancia surge de la cruzada de
ciertos políticos madrileños por avanzar hacia el pasado mediante la
segregación por sexo en las aulas, conjuntamente con la satanización por los
ultracatólicos de la homosexualidad. La figura del maestro fue sustituida por
la de un sacerdote en el convencimiento de que en la Sodoma de las castraciones
ideológicas existe al menos un hombre tolerante.
Tolerancia
Fotografía de Rui Palha, tomada de internet
Los
chicos en fila a la izquierda y las chicas a la derecha, dijo un señor, vestido
con una negra falda larga hasta el suelo, el primer día que fui al colegio, y
yo no supe en qué lado situarme.
Se
acercó hasta mí, se agachó y me puso una mano en el hombro.
—¿No
sabes dónde ponerte? —me preguntó.
Con
los ojos fijos en el suelo negué con la cabeza.
—Ponte
donde más cómodo te sientas —me dijo.
Y
me dirigí a mi fila.
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