Al acabar la universidad y volver para el pueblo, la derrota
sonaba angustiosa. Tenías que esconder de nuevo tu vida conquistada con mucho
sudor y regresar a esa caverna a la que sólo podían acceder tus amigos más íntimos.
Olvidabas atormentado que alguna vez fuiste libre y te inculcabas la orden de mesura. Querías escapar a otros confines
alejados de Villapalofrío, pero el dinero que necesitabas para tal aventura
estaba en un banco cerrado a tu mísera condición de apestado enigmático. Y eso
que a mí no se me notaba mucho su traba.
Fue a finales de agosto, paseando por el malecón fluvial mi
triste bañador de heterosexual compungido, cuando vi a Carlos, el dechado de
virtud del instituto, y me soltó, casi como una orden, que debería presentarme
a las oposiciones del ayuntamiento. Le di una excusa. Me devolvió insistencia.
Le respondí un tal vez. Me sacó de una carpeta los papeles de inscripción. Los
rellené a regañadientes. Me sonrió y me mandó llevarle a su despacho las fotocopias
de los méritos. Tuvo mi madre que acercarle los malditos papeles. Me controló
para que estudiara y me subrayó sospechosamente todos los apuntes que me había
conseguido por casualidad. Estudié para que mi padre no me soltara más de un
soplamocos. Llegado el día, Carlos me recogió en mi piso y me llevo al lugar
del examen. Pasé cariacontecido a mí pupitre. Comprobé que las preguntas
coincidían con lo subrayado. Me sobró mucho tiempo. Repasé sin sentido. Salí el
último para que nadie sospechara. Carlos me esperaba. Me invitó a comer con su
eterna novia desde el colegio. Sus sonrisas me recordaron su existencia de
papel cuche en mitad de un villorrio espeluznante.
No pasaron dos semanas y mi madre subió gritando escaleras
arriba. Las puertas de medio vecindario abrieron sus orejas y subieron a mi
piso. Besos, abrazos, envidias y algún comentario mal intencionado llenaron mi
habitación mientras yo dejaba que el pantalón tapara mis calzoncillos pudorosos.
Pronto vi llegar a Carlos a mi cocina. Interrumpía de forma constante mi
desayuno, ya casi frío, con estupideces de manual. Me aseguró que no dejaría
que mi puesto no fuera otro que el de secretario personal. En su despacho de
concejal de urbanismo había uno por chiripa. Todo aquello empezó a sonarme a
sexo.
El trabajo resultó no muy estresante. Empezaron las
palmaditas en mi espalda por cualquier excusa. A veces se escapaba alguna
nalgada con mirada lasciva. Su sonrisa continuaba recordándome su masculina infancia.
A ese niño, que no sabía por qué, siempre me había atraído aunque lo supiera
muy lejano. Rodeado por sus exquisitos amigos, volvía su cabeza para cruzar
conmigo su mirada. Esa mirada que me comía cuando despachaba con él la agenda
de la jornada. Un día me cayó el bolígrafo y nos agachamos los dos a recogerlo.
Sus labios mordieron los míos, a la vez que sus manos hurgaban en mis
pantalones. Fue nuestro primer encuentro, justo tres días antes de su boda de exclusiva
etiqueta. Sin querer, empecé de nuevo a amarlo. Sabía que era una tontería, que
para él no dejaba de ser un simple juego. Así todo no lo evité.
Viajes, congresos, trabajo hasta tarde,… fueron nuestras
excusas para encontrarnos. Me regaló todo tipo de objetos maravillosos mientras
que yo sólo le podía dar mi más sincero cariño. En la legislatura siguiente
pasó a ser el insigne alcalde. Nuestros escarceos empezaron a ser más
distantes. De pronto, su nombre se barajó como ministro y todas las quinielas
acertaron. Marcharon con toda prestancia él, su mujer, los criados de protocolo
y el lujo desde la cuna. Su amante maricón quedó olvidado entre los despachos
de altura insignificante.
Caí en el escalafón. Me degradaron a conserje de puerta
principal, donde todos pudieran repartirme el odio que sentían por el señor
ministro. Me apunté al partido de la oposición, con el consiguiente temor a que
sacara todos los trapos sucios que el antiguo alcalde me había contado. No me
vendí tan barato. Tenía mucha más clase que aquella gente de boato. Fui
nombrado secretario personal del portavoz de la oposición. La experiencia me
decía que en aquello había algo extraño. Pronto supe que el cargo implicaba las
mismas obligaciones que con el de Carlos. Obtuve menos regalos pero más respeto
y en el sexo encontré algunas dosis de amor. Al igual que el otro, lo llamaron
desde la corte, esta vez para ser diputado. Me llevó con él, logrando huir de
la mezquindad de aquel pueblo. Ganaron las siguientes elecciones. También lo
propusieron como ministro. Le ordenaron casarse y ser amante esposo. Los escarceos
los debería llevar con discreción. Éste lo habló todo conmigo, aunque la
decisión estaba tomada. Le dije que no, que el sexo escondido ya no iba conmigo,
estaba cansado de tanta mampara. Sólo le pedí que me facilitara el sueño de mi
vida. No hubo problemas.
Al fin era feliz. Mi librería contaba con la presencia de algunos
escritores de vanguardia. Mi vida sentimental se alojaba con una persona
maravillosa. De vez en cuando, y sin hacer mucho ruido, me encontraba con ellos
dos en algún café. Sentía que la libertad respiraba a mi lado.
La lección estaba aprendida. Algunos nacimos para amar a las
personas. Otros lo hicieron para poseer las cosas. Y los más ociosos, aquellos
que más aparecían en los periódicos, para detentar cargos que los alabaran.
Hola de nuevo a todos. Ahora ya es público y lo puedo contar. He recibido el premio Llectura pa Rapazos de Secundaria y Bachiller de la Academia de la Llingua Asturiana con la novela juvenil "Tyan". Ha sido una alegría inmensa y a partir de ahora seguiré publicando en el blog el primer lunes de cada mes para poder hacer frente a nuevos retos literarios. Saludos a todos y hasta el 1de diciembre, lunes, porque a partir de ahora serán los lunes el día señalado.
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