
-No puedo recordar las últimas palabras de doña Remedios… -decía
la servicial doña Olvido y echaba a gimotear desconsoladamente mientras entraba
en la atestada sala. Nadie la escuchó.

La urna con las celestiales cenizas comenzó a pasar de mano
en mano en tanto los labios de todas ellas se pegaron a la tapa dejando
multitud de olores a carmín. Doña Modesta tapó los grititos de recibimiento a
las santas reliquias con su voz de barítono de coro eclesial.
-Os acordáis de la pulcritud con la que llevó el dislate de la
Placeres. Yo creo que fue esa la causa de su desgraciado desparrame cerebral.
Recordaban cada palabra vertida en aquella sala el día del
juicio a la infame. Doña Remedios estuvo colmada en cada una de sus
intervenciones mientras que la Placeres escupía desprecio en sus machaconas y
arbitrarias intrusiones. La presidenta comenzó con unos versos de Santa Teresa
de Jesús que enaltecieron a las masas y avisaron a la pecadora que estaba
condenada antes de que se atreviera a hablar.
-Ya me acuerdo, ya me acuerdo… -cortó los recuerdos
colectivos doña Olvido.
-Cállate, insensata. Déjanos esbozar en palabras la gran
intervención de doña Remedios. No nos agobies con tus tonterías –le espetó doña
Modesta.


-Pues no, mira tú por dónde. Y bien que me miraban todas las
presentes con ojos de envidia. ¡Qué estamos todas libres y sin tiempo que
perder!
-Canalla, te has saltado todos los acuerdos de nuestra
tertulia. Por ello te expulso de por vida de la asociación y te quito la silla
de tu difunto marido, el pobre no se merecía esto.
-Pero si era un putero de mil pares de cojones.
Todas recuerdan como tuvieron que coger a doña Remedios de
otro pertinaz desvanecimiento ante las rudas palabras de la Placeres. La muy
lumia se echó a reír levantando las faldas y dejando ver su culo sin bragas.
Retiraron sus vistas de tan insolente hecho y se alejaron hacia la iglesia para
implorar por tan pérfida mujer.
Después de aquella remembranza del pasado reciente todas
guardaron silencio en honor al pundonor de doña Remedios. ¿Qué iba a ser de
ellas ahora que había muerto?
-Ya me acuerdo, ya me acuerdo... Doña Remedios me dejo esta
carta dirigida a todas nosotras –profirió doña Olvido ante la mirada atónita de
sus compañeras. Doña Modesta recogió la misiva y la leyó en alto:
“Queridas amigas en la
decencia y el decoro, he de suplicaros que cumpláis mi último deseo: esparcid
mis cenizas por entre las santas sábanas sudadas por nuestro cofrade secreto en
el amor, Agustín”.