15/12/14

SENSACIÓN





Cobijo en mi interior la sensación
de que el agua se oculta bajo la mar
del magma ardiente de la vida,
anhelando la calma después de la guerra,
del topetazo desalmado de la existencia.
Cobijo en mi interior la sensación
de que el sol ciega a las estrellas
en mitad de la concupiscente noche,
temeroso que las caricias tenues de luz
escondan ladinas las penas sentidas.
Cobijo en mi interior la sensación
de que la lluvia alienta al viento,
exhalando trompetas de traición
y rociando de inmundicias la existencia,
mientras el agostamiento rompe mis venas.
Cobijo en mi interior la sensación
de que la sequía suplica a la abundancia,
saturada de sentimientos encontrados,
que deje entrar las ánimas afligidas
por sus esclusas vívidas de sinrazón.
Cobijo en mi interior la sensación
que tú, sí tú, has dejado de quererme.
 
Acuérdate que el próximo 5 de enero volverá Villapalofrío a este blog con un cuento de navidad, para entonces ya será 2015 por lo tanto te deseo feliz año y que pases unas fiestas cuando menos tranquilas. El día 19 de enero volverá una nueva sensación que espero te complazca. Hasta entonces.




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1/12/14

PERFECCIONISMO


Me parece que definirme como exigente es exagerado. Lo que de verdad soy, es una persona perfeccionista. Imagínate la de veces que he tenido que decirme: “Aguanta Mayuti, que el mundo está lleno de zarrapastrosos y no merece la pena que pierdas los papeles”. Soy tan meticulosa, que todos los domingos logro reunir a comer a mi prole y coloco a mis doce vástagos en el sitio que les corresponde según hayan fastidiado más o menos a la yaya.
¿A qué venía esta comedura de tarro que os he soltado? ¡Ah! Ya me acuerdo. Al campeonato anual de bridge que se celebra en el Real Club de Golf de Villapalofrío. ¿Ya sabréis quién es siempre la ganadora? Por supuesto, una servidora, que invariablemente juega con su elegante perfección. La de ampollas que levanto entre mis oponentes con mí minucioso control del juego. Alguna repugnante se atreve a decir que me dejan ganar para no enrabietarme. Con lo modesta y fervorosa que soy. Voy a hablar del campeonato de bridge y dejarme de tanta lumia repelente.

Mi agotadora preparación comenzaba un mes antes del evento pero, este año, la competición coincidía con la puesta de largo de Piluchi, la hija más simple e irritante que tengo, y al final tuve que entrenarme con dos meses de antelación. Las constantes interrupciones del servicio, pidiéndome que aprobara cualquier estupidez de la dichosa fiesta, eran agobiantes. Mi preparadora personal, la mejor del país, me llamó la atención en multitud de ocasiones hasta dejarme por imposible y abandonarme.  No sabía qué hacer, los años con una persona no son fáciles de suplir. Una sirvienta venida de algún estado del este se ofreció para entrenarme. ¡Qué desfachatez! La despedí al momento y llamé a una coach de Nueva York. Su color me repugnó al principio pero su destreza con la baraja me ganó enseguida. Jamás había conseguido tal grado de dominio del juego. Me hizo sentir más perfecta que la excelencia absoluta.
Estando absorta en mi entrenamiento, vino la egoísta de mi hija a romperme la concentración. A la niñata no le servía la orquesta que sus profesoras de canto y piano le habían seleccionado. Y todo porque había otro grupo donde cantaba cierto mozalbete cuya hermosura había conquistado su necedad de adolescente. Ese era el problema de dejar la educación de tus retoños en manos de institutrices modernas y decadentes. Las clases inferiores, por mucho que hayan estudiado,  jamás están a la altura. Estuve dos noches meditando el asunto hasta llegar a una entente que rozaba la genialidad: contratar al petimetre para que le cantara, con la gran orquesta, algún temilla que otro. Mi hija me dio un beso que resonó en todo el palacio. ¡Qué vulgaridad!

 

El campeonato dio su pistoletazo de salida cuando, supuestamente, estaba arreglado todo lo de la puesta de largo. Me tocó jugar en un grupo inicial de clasificación duro de pelar. Nada que yo no pudiera resolver con mi destreza. Comencé mi participación enfrentándome a Mirta Andrea de Jesús, una miembro de las dos grandes familias de Villapalofrío. Jugar no jugaba un bombón, pero resulta que tenía como entrenadora a la fastidiosa criada del este que yo había despedido. ¡Por todos los cielos! ¿Cómo había logrado dar con ella? Le enseñó todas las trampas del manual y le exigió ponerlos en práctica sin dilación. Logró desconcertarme en grado sumo, perdiendo mi perfección más exquisita. La coach neoyorkina me ordenó desplegar mi caparazón de paz, atacando a la enemiga con una estrategia innovadora. Fue entonces cuando ella gritó “trampa”. Mi caída de ojos arrebatadora, unida al desmayo dolido que ejecuté, hizo que todos los árbitros de la contienda se pusieran de mi parte. Nunca les había caído bien que una criada se codeara con la alta sociedad. A partir de ese momento todo fue coser y cantar.
Lo que no me esperaba yo era que la pelma de la niña no quisiera las flores blancas que le había elegido el ama de llaves. Le hice buscarlas por todas las floristerías de la capital. ¡Desagradecida! Así me pagaba mis desvelos. Mandé a Maruchi, mi hermana solterona, que se enterara dónde conseguir luces de discoteca, serpentinas y globos de colores que sustituyeran a las virginales flores. Lo que no sabía yo era la vena macarra que tenía mi hermana, logró todos mis encargos el mismo día que se los ordené. Tendré que vigilar por donde me anda la muy mosquita muerta.

El gran sábado llegó sin darme cuenta. Iba a alternar entre la gran final de bridge, que por supuesto jugaba, con la puesta de largo de aquella papanatas. Me estaba preparando para iniciar mi deslumbrante fin de semana cuando sonó exasperante el timbre de la verja de entrada a nuestra mansión. Sirenas de coches irrumpieron en los jardines principales de la casa. Policías de uniforme pululaban por todas partes. Traían una orden judicial para registrar mi inexpugnable hogar. El inspector al mando esposó a mi marido como a un vulgar ratero. Mi cónyuge me mandó llamar a sus abogados para que se pasaran por comisaría. No sé muy bien lo que me dijo después. Algo con respecto a una contabilidad B, a una defraudación a hacienda, a cuentas en Suiza y no sé cuántas cosas más. Yo sólo podía que llorar. La mocosa se encargó de todo lo que había mandado su padre. En mi cabeza sólo cogía la idea de que aquellos petimetres podían haber esperado al lunes para que todo hubiera sido perfecto.
 
 
El tercer lunes de cada mes se volverá a publicar en este blog, pero en este caso la poesía, la prosa-poética,..., es decir, lo que denomino sensaciones. No os lo perdáis.

El 5 de enero, lunes, a las 9 de la mañana, se publicará una nueva aventura de Villapalofrío en un año nuevo. Ese día os traeré un delicioso cuento de navidad. ¡Qué os sea propicia!
 
 
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4/11/14

PORQUÉ LO LLAMAN POLÍTICA CUANDO QUIEREN DECIR SEXO


Al acabar la universidad y volver para el pueblo, la derrota sonaba angustiosa. Tenías que esconder de nuevo tu vida conquistada con mucho sudor y regresar a esa caverna a la que sólo podían acceder tus amigos más íntimos. Olvidabas atormentado que alguna vez fuiste libre y te inculcabas  la orden de mesura. Querías escapar a otros confines alejados de Villapalofrío, pero el dinero que necesitabas para tal aventura estaba en un banco cerrado a tu mísera condición de apestado enigmático. Y eso que a mí no se me notaba mucho su traba.
Fue a finales de agosto, paseando por el malecón fluvial mi triste bañador de heterosexual compungido, cuando vi a Carlos, el dechado de virtud del instituto, y me soltó, casi como una orden, que debería presentarme a las oposiciones del ayuntamiento. Le di una excusa. Me devolvió insistencia. Le respondí un tal vez. Me sacó de una carpeta los papeles de inscripción. Los rellené a regañadientes. Me sonrió y me mandó llevarle a su despacho las fotocopias de los méritos. Tuvo mi madre que acercarle los malditos papeles. Me controló para que estudiara y me subrayó sospechosamente todos los apuntes que me había conseguido por casualidad. Estudié para que mi padre no me soltara más de un soplamocos. Llegado el día, Carlos me recogió en mi piso y me llevo al lugar del examen. Pasé cariacontecido a mí pupitre. Comprobé que las preguntas coincidían con lo subrayado. Me sobró mucho tiempo. Repasé sin sentido. Salí el último para que nadie sospechara. Carlos me esperaba. Me invitó a comer con su eterna novia desde el colegio. Sus sonrisas me recordaron su existencia de papel cuche en mitad de un villorrio espeluznante.

No pasaron dos semanas y mi madre subió gritando escaleras arriba. Las puertas de medio vecindario abrieron sus orejas y subieron a mi piso. Besos, abrazos, envidias y algún comentario mal intencionado llenaron mi habitación mientras yo dejaba que el pantalón tapara mis calzoncillos pudorosos. Pronto vi llegar a Carlos a mi cocina. Interrumpía de forma constante mi desayuno, ya casi frío, con estupideces de manual. Me aseguró que no dejaría que mi puesto no fuera otro que el de secretario personal. En su despacho de concejal de urbanismo había uno por chiripa. Todo aquello empezó a sonarme a sexo.

 

El trabajo resultó no muy estresante. Empezaron las palmaditas en mi espalda por cualquier excusa. A veces se escapaba alguna nalgada con mirada lasciva. Su sonrisa continuaba recordándome su masculina infancia. A ese niño, que no sabía por qué, siempre me había atraído aunque lo supiera muy lejano. Rodeado por sus exquisitos amigos, volvía su cabeza para cruzar conmigo su mirada. Esa mirada que me comía cuando despachaba con él la agenda de la jornada. Un día me cayó el bolígrafo y nos agachamos los dos a recogerlo. Sus labios mordieron los míos, a la vez que sus manos hurgaban en mis pantalones. Fue nuestro primer encuentro, justo tres días antes de su boda de exclusiva etiqueta. Sin querer, empecé de nuevo a amarlo. Sabía que era una tontería, que para él no dejaba de ser un simple juego. Así todo no lo evité.
Viajes, congresos, trabajo hasta tarde,… fueron nuestras excusas para encontrarnos. Me regaló todo tipo de objetos maravillosos mientras que yo sólo le podía dar mi más sincero cariño. En la legislatura siguiente pasó a ser el insigne alcalde. Nuestros escarceos empezaron a ser más distantes. De pronto, su nombre se barajó como ministro y todas las quinielas acertaron. Marcharon con toda prestancia él, su mujer, los criados de protocolo y el lujo desde la cuna. Su amante maricón quedó olvidado entre los despachos de altura insignificante.

 

Caí en el escalafón. Me degradaron a conserje de puerta principal, donde todos pudieran repartirme el odio que sentían por el señor ministro. Me apunté al partido de la oposición, con el consiguiente temor a que sacara todos los trapos sucios que el antiguo alcalde me había contado. No me vendí tan barato. Tenía mucha más clase que aquella gente de boato. Fui nombrado secretario personal del portavoz de la oposición. La experiencia me decía que en aquello había algo extraño. Pronto supe que el cargo implicaba las mismas obligaciones que con el de Carlos. Obtuve menos regalos pero más respeto y en el sexo encontré algunas dosis de amor. Al igual que el otro, lo llamaron desde la corte, esta vez para ser diputado. Me llevó con él, logrando huir de la mezquindad de aquel pueblo. Ganaron las siguientes elecciones. También lo propusieron como ministro. Le ordenaron casarse y ser amante esposo. Los escarceos los debería llevar con discreción. Éste lo habló todo conmigo, aunque la decisión estaba tomada. Le dije que no, que el sexo escondido ya no iba conmigo, estaba cansado de tanta mampara. Sólo le pedí que me facilitara el sueño de mi vida. No hubo problemas.
Al fin era feliz. Mi librería contaba con la presencia de algunos escritores de vanguardia. Mi vida sentimental se alojaba con una persona maravillosa. De vez en cuando, y sin hacer mucho ruido, me encontraba con ellos dos en algún café. Sentía que la libertad respiraba a mi lado.

La lección estaba aprendida. Algunos nacimos para amar a las personas. Otros lo hicieron para poseer las cosas. Y los más ociosos, aquellos que más aparecían en los periódicos, para detentar cargos que los alabaran.


Hola de nuevo a todos. Ahora ya es público y lo puedo contar. He recibido el premio Llectura pa Rapazos de Secundaria y Bachiller de la Academia de la Llingua Asturiana con la novela juvenil "Tyan". Ha sido una alegría inmensa y a partir de ahora seguiré publicando en el blog el primer lunes de cada mes para poder hacer frente a nuevos retos literarios. Saludos a todos y hasta el 1de diciembre, lunes, porque a partir de ahora serán los lunes el día señalado.

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5/8/14

AGUA DE LAGARTIJAS


La familia del señor siempre le tuvo cierta inquina. Nunca perdonaron su actitud díscola para con sus padres. El punto álgido de la gresca ocurrió cuando se negó a casarse con la mujer que le habían designado. Nadie se había atrevido a desplante tal a la familia Girón de Meneses, una de las dos grandes familias de Villapalofrío desde tiempos inmemorables. Vio como lo apartaron de su lado, desterrándolo a la soledad más mezquina e insultándole con el insidioso trabajo de capataz. Sin embargo, su ánimo no se dejó doblegar por menudencias de calibre tan mundano.
A la muerte de su real padre, don Álvaro Genaro Sebastián Girón de Meneses, recibió únicamente la herencia legítima consistente en unos terruños distantes de toda población y ausentes de cualquier fuente de agua que los hicieran productivos. Bueno, también recibió a este diablo que les habla. Pobre señor, menuda ganancia recibía.

 

La herencia fue un auténtico despropósito: lo trabajado durante el día veía como se desbarataba por la noche. Parece ser que la intervención de ciertas alimañas fue el origen de tal problema. Mi señor, cansado de tanta sabandija, adecentó una casa de aquellas malditas tierras y nos fuimos a malvivir a ella. Lo poco que lográbamos sacar a tan marchita huerta casi no lograba alimentar ni a un ratón. El señor intentó pedir préstamos para comprar animales que nos sacaran de pobres, pero las sabandijas ya se habían encargado de que nos los negaran.
Un buen día, el señor salió en dirección a las montañas vecinas y no volvió a dar señales de vida en horas. Nada más llegar, me mandó acostarme de inmediato. Sorprendido, le pregunté si no vigilábamos aquella noche.

-No te preocupes, tiempos vendrán en los que las alimañas morderán la carroña que le sobre a esta tierra. Descansa ahora, que mañana hará falta toda nuestra fuerza.
Aquella noche apareció agua en una cueva próxima a la casa que se deslizó por mitad de su tierra y desapareció por una sima sin tardanza. Hubo quien habló de magia negra. Algunos se atrevieron a decir que fue un pacto con el diablo. Ciertos personajes,  muy influyentes, removieron Roma con Santiago hasta lograr la intervención de la iglesia. Pero mi señor los recibió a todos por igual: con un buen vaso de agua y algunos desatinos bien hilvanados.

 

Las cosas empezaron a cambiar mucho: contrató jornaleros, compró animales, regó las huertas cultivables… Todo iba de rechupete y la gente del pueblo comenzaba a apoyar a mí amo. Bueno, no todos los hombres del pueblo lo hacían.  Judas, o sea yo, empezó a fallarle. Sus asquerosos hermanos me obligaron a ejercer de espía a cambio de que no echaran a mis padres y hermanos de sus fincas.
Mis informes les llegaron con asiduidad.  En ellos repetía una y otra vez que no había nada extraño en la finca, que todo lo que hacía el señor en ella era legal. Entonces fue cuando se fijaron en las lagartijas que aparecieron al mismo tiempo que el agua y a las que mi señor tanto cuidaba. Dijeron que no eran unas lagartijas normales, que su raza no figuraba en ningún libro de herpetología. Quisieron saber de dónde habían salido tan inmundos bichos y para qué los destinaba mí amo. Le pregunté directamente al señor y así solventé tan estúpida duda. Me dijo que las había comprado a un buhonero de paso, quien le aseguró que eran unas lagartijas de la suerte que, cuantos más colores mostraran, más dicha le darían. Los rufianes consideraron que, como siempre, era una de las tantas chaladuras de su hermano y apartaron sus ojos de tan infectos personajes.

 

Una noche de verano, los señores de Villapalofrío organizaban su caza anual de búhos. Las piezas más increíbles se resguardaban en las tierras del señor y éste vigilaba que los muy animales cazadores no las mataran. Estando haciendo su ronda, una chavalería de cierta estupidez refinada quiso reírse de él y empezaron a disparar al aire. El sonido era cercano, demasiado cercano. Mi señor reculó. Empezaron entonces a disparar desde su espalda. No supo qué hacer. Las balas se mezclaban con las risas. De pronto, a uno de los niñatos se le escapó el rifle. Un grito insolente trajo el silencio. Las carreras timoratas alzaron el vuelo. Las rodillas se le clavaron en la tierra. Pobre señor, siempre tan humano, hasta en la hora de su muerte. En aquel momento, las lagartijas lo rodearon e intentaron darle su último aliento. Se les había escapado el color. La tristeza dejó a la suerte partir.
Para la autoridad fue un accidente. Para los hombres de pro fue alguna bala que se perdió del búho al que iba dirigida. Para el pueblo,… ¿alguna vez importó lo que pensaba el pueblo?

 

Su cuerpo lo velamos aquellos que aprendimos la palabra solidaridad. Los que nada más se guían por crear riqueza se preocuparon por buscar al notario y leer antes de tiempo el testamento. Las lagartijas le trajeron la suerte al señor  y el señor  les dio a las lagartijas sus terrenos cuando no los necesitó. Eran sus únicas herederas. Aquella noche hubo otra caza, una con más saña, que acabó con la vida de hasta la última lagartija.
Apenas cerraron su sepultura, abrieron su testamento. Al no quedar herederas vivas, la familia se hacía cargo de todo. El llanto se vio tapado por las risas, por el triunfo de los acostumbrados siempre a ganar. Cuando fueron a tomar posesión de su legado, se encontraron con las tierras secas de antaño. Nada valían cuando se las dieron al señor y nada valen ahora que se las retornan.

Desde entonces, cuando alguien del pueblo tiene sed, pide agua de lagartijas. Entonces, las risas aún se escapan por las esquinas.
 
 
 Hola amigos, los dos próximos meses voy a preparar dos relatos cortos para sendos concursos literarios. Por ello, dejaré de publicar este blog, que volverá el 4 de noviembre, martes, con una nueva aventura de Villapalofrío. Quizás entonces tenga alguna sorpresa que daros.
 
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1/7/14

LOCA DE AMOR


La plaza mayor y el bulevar fluvial eran el centro de reunión que la juventud plebeya de Villapalofrío teníamos. La penuria monetaria nos obligaba a pasar las tardes contándonos las vidas que no teníamos y bailando al compás de nuestras desafinadas voces. La alegría que caracterizaba a nuestra desfachatez mal educada molestaba a los veraneantes ilustres, que protestaron con contundencia a las autoridades democráticamente impuestas. Raudos y veloces se comprometieron a resolver el problema a sus señorías.
El otoño y el invierno sirvieron para enfriar la cuestión, pero en primavera surgió una idea disparatada entre las cabezas pensantes del consistorio. Fue en el mes de mayo cuando se aprobó la privatización de los bancos para sentarse en la plaza mayor y el bulevar fluvial. No era una medida para todo el año, que va, sólo se realizaría de junio a setiembre, cuando nuestros reputados visitantes nos alegraban con su presencia. Mira si lo tendrían todo pensado, que la mujer de alcalde poseía una empresa de parquímetros para bancos de descanso.

La contestación a tan brillante caos no se dejó esperar. Las aceras, los jardinillos y los portales sirvieron para reposar nuestras jóvenes y mundanas posaderas sin que los guardas de los bancos pudieran decirnos nada. Aunque, de cuando en cuando, nos atrevíamos a descansar en algún banco vacío, con la consiguiente visita de la policía local que nos mostraban sus lustrosas porras de una forma vehemente.

 

Al principio no nos fijamos en ella: tan menuda, tan pequeña, tan vieja que parecía que su presencia no tuviera importancia. Todas las tardes la desalojaban del mismo banco con potentes gritos policiales que se mezclaban con una suave protesta de anciana. Aquellos refinados veraneantes le buscaron enseguida un nombre despectivo a la abuela: la loca del banco. La miraban con su desdén más adorable y se reían con su vulgar porte. Seguro que era una radical que pretendía romper su calmada paz monetaria.
A nosotros nos atrajo su loca sensatez y preguntamos a nuestros familiares más próximos por su pasado. Nos informaron de que gastaba sus días sentada en el mismo banco; todo comenzó cuando la hambruna de la posguerra llevó a su novio a las lejanas américas. Sobre lo ocurrido entonces hubo varias interpretaciones, pero a nosotros nos sedujo la más romántica. Antes de marchar el mozo, y con sus manos entrelazadas, se prometieron amor eterno. Él mandaría a por ella una vez que hubiera juntado el dinero para su pasaje. Ella esperaría su vuelta para buscarla sentada en aquel mismo banco. Al principio le llegaban cartas cuatro o cinco días al mes. Pronto se conformó con una solitaria misiva mensual. Enseguida pasaron a ser una vez al trimestre, hasta finalizar con la friolera de una al año. De repente, dejaron de llegarle. Ella no se rindió ante tan clara situación y siguió impertérrita en el banco a pesar que le llovieron propuestas de matrimonio. Su hermosura se fue tornando en dulzura, que a su vez se mezcló con tristeza profunda. Nunca abandonó su puesto. Si algún día volvía él, allí la encontraría, en el mismo lugar donde la dejó al partir.

 

Sin hablarlo siquiera unas pandillas con otras, comenzamos a sentarnos alrededor del banco. Los guardas cada vez tenían que atravesar más y más chavalería, además de recibir el abucheo de media plaza, si querían aproximarse a la anciana. Los inmaculados veraneantes parecían haberse rendido ante afrenta tal. Fue entonces cuando la rebautizamos como la loca de amor.
Un día, nuestra entrañable abuelita no acudió a su cita. Preocupados, comenzamos a recorrer todo el pueblo en su búsqueda. La encontramos en su casa, llena de moratones y soltando sus últimos suspiros. Los cobardes perros de la canallada de verano le habían castigado por su radicalidad. La oscuridad siempre les gustó a los lobos para atacar.

Desaparecimos de las vidas de la gente supuestamente digna que nos asqueaba. Villapalofrío parecía un pueblo fantasma si no fuera por las elegantes caminatas y las adorables charlas con las que nos deleitaban tan refinados asesinos. Las tiendas no les vendían por razones peregrinas colocadas en los carteles de los escaparates. Los bancos aparecían ensuciados por mil inmundicias que apestaban. Las paredes se desconchaban con los exabruptos pintados por algunos gamberretes. El día de su funeral no se atrevieron ni a respirar. Nuestra loca de amor era la muerta más engalanada, más llorada, más acompañada,... de todo Villapalofrío.

 


A las pocas semanas, apareció un viejo con su sombrero panamá y su traje blanco. Se sentó en el mismo banco que la loca de amor. Los guardas enseguida fueron a levantarlo. Sus guardaespaldas los pararon. Llegó la policía local y el señor les saco su pasaporte. Los canallas lo saludaron y se marcharon. El anciano compró una corona de flores y se dirigió al cementerio. Le seguí con mi malsana curiosidad. Fue a su tumba. Desde ella pudo leer miles de pintadas que contaban su deslealtad a la loca de amor y la cobarde villanía que los de su casta le habían hecho.





Llega julio y con él nos viene el periodo estival en el hemisferio norte. A partir de ahora publicaré cada primer martes de mes un relato, uno al mes. He empezado con este relato que ha sido de lo más hermoso que he escrito. Espero que os haya gustado. Nos vemos pues el 5 de agosto, martes, con una nueva aventura de Villapalofrío.



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17/6/14

ALTA COSTURA, BAJAS LINDEZAS


Me acuerdo de aquel primer día en el taller de alta costura de mi madre. De nada sirvieron mis llantos y súplicas pidiéndole continuar mis estudios en la universidad; en lugar de ello, debería hacer un trabajo rutinario y molesto en el villorrio de Villapalofrío.
-¡Oh, no, no, no, no, mon cheri! No llores, que me entristeces. Todas hemos tenido que dejar los estudios en algún momento de nuestra vida. Es norma de las Couturier. Nuestro apellido fue una orden para todos nuestros ancestros y no va a ser diferente para ti.

Se dio media vuelta y no volvió a dirigirme la palabra en multitud de jornadas. Según sus machaconas estupideces, el taller le gastaba la vida hora a hora hasta consumirle las veinticuatro que tenía el día. Acorde a mi experiencia de mocosa, el o la amante de turno le robaba el tiempo y algunas cosas que mejor no cuento. Tuve que consolarme sola, sin nadie que me guiara en aquel infierno.  
Todas las modistillas del taller se pensaban con el derecho a ordenarme las tareas  que debía realizar. Más que una pinche parecía una esclava realizando los labores más vejatorios que se podían imaginar. A mi madre le encantaba todo aquello, creo que estaba envidiosa por mi gran capacidad para los estudios. Enseguida aprendí más que todas aquellas modistillas del tres al cuarto. Logré libros y revistas que me enseñaron cuanto necesitaba para ser diseñadora de alta costura.

La noche de mi primera fiesta de Madame Cuca Couturier, la madre que parecía más bien madrastra, me abrió ligeramente el camino al éxito personal. Fue como mi presentación en sociedad delante de todo lo chic de la alta sociedad de Villapalofrío, además de contar con la presencia de los más afamados modistos de la capital. Aproveché  el momento para que todos fueran testigos de cómo me beneficiaba al último joven que pasó por la vida de mi queridísima mère. Ella se hizo la loca, pero, al día siguiente, mi habitación, con todo lo que había en ella, estaba destrozada. Pobre, no sabía que había alquilado una pequeña buhardilla bohemia a las afueras del pueblo donde había llevado, poco a poco, todo lo que me gustaba del suntuoso cuartucho que se suponía era mi hogar.

 

Los primeros pasos de mi emancipación se ganaron batalla a batalla, traje a traje, con diseños modernos de mi cosecha y que enseguida ganaron los aplausos de las cacatúas que alababan a mi madre como gran artífice de aquellos cambios. Y todo para lograr meterle el pufo a tan insigne haragana, cosa nada extraña en las grandes fortunas. Pronto dejó el taller en mis manos, dedicando su vida a organizar encuentros de negocios de los que poder sacar provecho, siendo mis diseños la moneda de cambio. Madame Pufo Couturier empezó así una existencia dedicada todo el tiempo al buen vivir y al mejor gastar.
Para mi madre, cada fiesta era una nueva conquista de sexo que yo desbarataba con alguno de sus amantes del pasado. No era que ella los adorara; sólo era la rabia que sentía ante una pérdida casi olvidada y que mi desfachatez le recordaba. Creo que su más dura lección la recibió cuando me enrollé con una mujer por primera vez. El espacio de sus amantes femeninas lo consideraba seguro ante mis garras pero, sin embargo, yo se lo había desbaratado completamente. Ante mí se abría la veda de caza y las grandes piezas fueron cayendo en cantidad ingente. Tuve que frenar, no fuera a pegármela ante tanto bocado empalagoso.

Deje aquel juego pueril y concentré todas mis fuerzas en el taller y algún negocio propio. Creyó que ya me tenía subyugada a sus deseos, que nada podría volver a cruzarse en su camino. Aparecía y desaparecía por el trabajo a su antojo, cogía los modelitos más caros y los ponía en exclusividad, realizaba cuantas operaciones de belleza deseaba, organizaba fiestas para redondear sus negocios y gastar todo su dinero en amantes,… Yo supe frenar a tiempo, cosa que ella no hizo. Pensaba que me estaba dando una lección cada hora que pasaba junto a mí. Pobre ingenua, realmente la estaba destrozando yo.

 

Tanto dispendio tuvo su consecuencia desagradable y molesta. Los bancos quisieron cobrar sus préstamos. Lo realizaron con todo lo que disponía aquella feliz  derrochadora: el taller, la casa, el fondo de vestidos de moda y el dinero de sus últimos negocios. Lloró y me suplicó. Nada más le quedaba el poder guarecerse en mi buhardilla bohemia, en el cuchitril donde ella creía que me merecía vivir. La eché, no sin antes darle una tarjeta de un taller de prêt-à-porter en el que le darían trabajo yendo en mi nombre. Me miró con cara de desprecio y metió en su bolso la tarjeta. Supe que se hospedó en una pensión piojosa de Villacajón, los arrabales de Villapalofrío. Le dieron trabajo de limpiadora en el taller de prêt-à-porter. Apenas tenía vida social ya que el dinero no se lo permitía, abrazó la religión como beata de postín, de vez en cuando se permitía el lujo de pasear por la Orilla de Oro donde cerraban las puertas a su paso y así un largo etcétera que haría interminable la historia…
No supo nada más de mí. Le daría el sol en la cara si conociera a la propietaria para quien trabajaba.



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3/6/14

CRÍA FAMA Y ECHATE A…


Si ustedes me permiten, me voy a sentar antes de hablarles, estoy cansada… Belcebú, ven acá, deja ese pajarillo en paz que ya te compraré la carne en la carnicería. ¡Uf!  ¡Qué ganas! Este rincón de Villapalofrío, junto a mi casa, son los únicos sitios en los que logro un poco de tranquilidad. Parece como si una mala sombra me acompañara. Desde niña que me persigue la fama de bruja y las muy lumias me lo estampan a todas horas. Sí, a mi tátara tátarabuela la quemaron en una hoguera pero fue todo de muy mala leche. ¡Vamos, hombre! Y ahora me gritan a mí lo de bruja; y todo porque una tiene un gato negro al que llamo Belcebú y una escoba que barre a mi lado desde hace la pila de años. Anda que no hay brujas con más pedigrí en este pueblucho de tres al cuarto. Y las más ladinas están en la Orilla de Oro, y no de criadas precisamente, no señorita no, vamos que en este villorrio hay brujas de mucho cuento.  ¡Si yo hablara! Pero por mucho que me amenacen, no se atreverán conmigo. ¡Dios las libre! La primera que levante la mano para ir contra mí, Belcebú daría buena cuenta de ella. ¡Huy!  ¡Hola niñita! ¿Es para mí? Gracias, encanto. Vaya manzana más roja que me has regalado. No me aguanto, le daré un mordisco. ¡Hummmmm! Sabrosa de verd…





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20/5/14

FAMÉLICA RELIGIÓN

Estudiando el tema de cómo es el microrrelato en otras lenguas, he llegado al inglés donde se divide en dos: micro fiction y flash fiction. En el primer caso el relato puede llegar hasta las 300 palabras y en el segundo va de 300 a 1000 palabras. Sin saberlo, todo este tiempo he estado escribiendo flash fiction. Me encuentro muy cómodo haciéndolo y las historias tienen un empaque distinto al micro fiction.

La vocación fue algo obligado en la vida de Zacarías. Hijo de padres sexagenarios, fue el último de trece vástagos que luchaban por los mendrugos de pan apenas asomaban por la puerta. El cura del pueblo propuso a sus progenitores la entrada en el seminario y desde bien temprano se comprobó que sus creencias distaban pocos pasos de una cocina.

Después del seminario, la vida quiso que su barriga acabara en Villapalofrío donde empezó un ayuno más miserable que el de casa, llegando algunas noches a acostarse viendo a dios entre el hambre. El responsable era el padre don Ataúlfo que cerraba cualquier riqueza culinaria entre las cuatro paredes de su habitación y, por mucho que Zacarías intentara entrar en aquel lugar sagrado, don Ataúlfo tapiaba todas sus esperanzas.

Al llegar el invierno algo atípico sucedió: Doña Amelia Amalia de la Flor Zazua, una de las veraneantes millonarias, llegó a su palacio un poco fuera de temporada. Resulta que estaba gastando sus últimos alientos de vida y deseaba despilfarrarlos en aquel rincón de tranquilidad extrema. Mandó inmediatamente que fuera uno de sus criados en busca de don Ataúlfo para que ejerciera de capellán. A éste le sentó mal que le dieran trabajo extra en épocas no veraniegas y mandó hacer la faena al joven Zacarías. Doña Amelia Amalia quedó muy impresionada por el muchachuelo, no siendo a desviar sus ojos de aquella tersa hermosura y adornada con jovialidad infantil. Zacarías comenzó a comprender las lecciones sobre el paraíso apenas las diligentes sirvientas llevaron los pasteles que acompañaban al té. Acabada la visita, la señora envió una misiva al obispo donde relataba los grandes avances que la iglesia había sufrido en Villapalofrío desde la llegada de tan hondo baluarte de juventud y frescura.

Ella sintió que su casi extinta vida se rejuvenecía ligeramente y él que su corazón se llenaba de alegría al ver su apetito recompensado. Los paseos por el campo se alternaban con los canapés silvestres; las oraciones cogidos de las manos se compenetraban con frutas y pasteles; las miradas de soslayo y los toques apenas sin malicia dejaban paso a cenas opulentas; las charlas divinas y humanas se alternaban con cualquier comida del día,… La cama llegó tras varias botellas de un buen vino francés y Zacarías descubrió que había más placeres que los de la barriga. La práctica fue severa, nada que no pudiera conseguir un alumno aventajado como él. Zacarías abandonó el sacerdocio pero no se alejó mucho de la alta sociedad, donde sus vástagos estaban tan necesitados de aprender latín y griego. Amelia Amalia se encargó del marketing de tan próspero negocio y vio que su vida se engrandecía.

Pero el tiempo no se dejó engañar por la felicidad: la muerte se acercó al palacio entre arrumacos y se llevó a tan beata creyente de los placeres de la vida. Don Ataúlfo y el señor obispo presidieron todas las honras fúnebres, así como todas las alabanzas a tan piadosa dama. Pasado tan mal trago, asistieron a la lectura del testamento donde se le dejaba a la iglesia todos los negocios de la dama. El palacio y una suma ingente de dinero tenían como destinatario a Zacarías. Al joven no le extrañaría nada que la iglesia tuviera que sacar a subasta algunas de sus muchas posesiones en Villapalofrío para cargar con el legado de doña Amelia Amalia. Una noche de confesiones, la gentil dama le dijo que a ella nunca se le habían dado bien los negocios de su difunto marido.



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6/5/14

LEYENDA RURAL

Antes de empezar el relato quiero haceros llegar la definición que de leyenda urbana la Wikipedia hace. Luego está mi juego con leyenda urbana y rural, cuestión de matices.


A mis diecinueve años sucedió algo en Villapalofrío que nos iba a cambiar nuestro punto de vista de las famosas leyendas urbanas. Silvestre, regente de la tienda de ropa masculina para la plebe, vio como los ahorros de toda su vida se los llevaban los señoritos prestamistas del dinero ajeno con alevosía y lujuria. Al comprobar que el timo parecía legal, el comerciante empezó a consumirse hasta que el pobre diablo llegó a parecerse a un auténtico espectro. La última vez que lo vimos con vida fue cuando iba a casa de la bruja doña María Luisa para que pusiera un conjuro a los canallas cien mil euristas. Cuando la sierva del señor de la noche comenzó tan frecuente ritual, el pobre Silvestre se empapizó brutalmente y tuvieron que darle una palmada en la espalda con tan mala suerte que se tragó su dentadura postiza y se ahogó. En el funeral de cuerpo presente empezó a correrse la idea de que Silvestre había terminado sus días pudiendo lanzar el famoso conjuro a los billeteros ponzoñosos y a todos los señoritingos que vivían del trabajo ajeno. Se llegó a asegurar que aquella maldición iba a traer cola.

A las doce del mediodía, hora de la muerte de Silvestre, empezaron a suceder pequeños eventos a los trabajadores de la sucursal de usura que alegraron a las lenguas vivas del pueblo. El director fue el primero en desfilar por sus bocas al ingresarle en el hospital con la conocida enfermedad del dengue. El regreso de su viaje anual a Tailandia, donde visitaba sus famosos templos del sexo, vino con sorpresa incluida: una picadura sin importancia del dichoso mosquito. El sustituto del director entró con algo de miedo en la sucursal, la limpiadora, que lo vio, dejó el cubo de fregar depositado en el suelo y se apartó para facilitarle el paso, el jefe momentáneo, que no se fijó en el cubo, tropezó con él y cayó de bruces, con tan mala suerte que su pierna derecha se dobló por mal sitio y se rompió en mil pedazos. El accidentado tuvo que guardar reposo intensivo por algunos meses y fue difícil encontrarle un nuevo incauto que lo sustituyera. El siguiente caso fue el de un comercial que al ir como de costumbre al escusado para realizar la difícil tarea de leer el periódico deportivo sin ser interrumpido se sentó en la tapa del váter, la muy ladina rompió en miles de cachos y casi todos ellos se clavaron en las partes más dolorosas del cuerpo que no voy a reseñar aquí… La lista de accidentados se agrandó tanto que algunos pensaron que Silvestre se estaba cobrando bien su venganza.

Mi pandilla pensó que todo aquello eran cosas sin importancia y que doña María Luisa se tendría que esmerar un poquillo más. La bruja titulada de la localidad lanzó entonces un conjuro de padre y señor mío que aseguraba que la venganza iba a lograr cotas de mayor altura. Lo que algunos no esperaban era que fuera al día siguiente, 1 de julio, fecha en que los ocupantes de la Orilla de Oro empezaban las vacaciones en sus palacetes. Ese día en concreto, como era de esperar, los cabezas de familias ricas se dirigían a la sucursal de grandes genuflexiones a depositar en las cajas de seguridad sus mayores bienes. Para tal evento se les ofrecía un pequeño ágape con vinos franceses y pinchos elaborados por el chef de mayor renombre de la capital, mientras uno a uno iban depositando sus posesiones en los sótanos. Un pequeño olor a quemado les interrumpió inoportunamente en mitad de sus charlas animadas y gustos agasajados. Venía de la zona de abajo. Todos empezaron a alborotar y a mostrar sus caras más valerosas huyendo hacia la puerta principal. Una explosión los pillo a todos alejándose. Acorde al informe policial se trató de una fuga de gas en el local próximo. Los días siguientes al suceso, las ferreterías locales tuvieron mucho trabajo vendiendo cajas fuertes e instalándolas. Vamos, que les arregló el verano.

Los medios de comunicación del estado se plantaron en Villapalofrío para acudir a una rueda de prensa del ayuntamiento en la que se iba a garantizar la seguridad de la villa y se anunciaría a bombo y platillo una gran inversión que iba a asegurar el futuro turístico de la zona. Aquello levantó el interés de todos los habitantes que acudimos en tropel a la plaza mayor. Después de una espera larga, empezaron a salir los periodistas que descansaban medio atontados de la paliza lingüística que les había dispensado el alcalde e intercambiaban las estupideces más importantes de su señoría. Sonó el reloj de la plaza dando las doce. Dos estruendos avisaron de la posterior caída al suelo de dos ventanas y el vuelo ligero de miles de papeles que salieron al exterior del edificio. Los periodistas soltaran voces delirantes de asombro y corrieron hacia las hojas voladoras para leerlas. Los noticieros de las radios y televisiones interrumpieron sus respectivas programaciones de inmediato para dar la nueva: se trataba de unos papeles que destapaban la corrupción más salvaje de todas las villas de los alrededores. En los programas de cotilleo se empezó a especular sobre si en el ayuntamiento había catacumbas o no, ya que el alcalde y sus concejales salieron del consistorio sin ser vistos en cien kilómetros a la redonda.

A la hora de escribiros esto no hay noticias sobre los cargos públicos de la localidad. Pero lo que si os puedo informar es que en los bares del pueblo nunca se sirvieron tantos chatos de vino. Silvestre seguro que estará contento allá donde esté, algunos procuramos que su venganza no solo estuviera en manos de belcebú y su sirvienta doña María Luisa. No sé en la urbe, pero aquí, en pueblos y villas, es así como planificamos nuestras leyendas rurales.
 
 


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15/4/14

EL CLUB DE LOS FUNCIONARIOS MUERTOS


Doña Olvido entró sollozando en el casino de Villapalofrío sujetando entre sus manos la urna que portaba las cenizas de su presidenta y amiga, doña Remedios Aguasvivas de la Laguna. En la sala de reuniones de la tertulia femenina Benedictine del Santo Sepulcro le esperaban el resto de cofrades que intercambiaban pareceres. Alguien muy perspicaz dejó caer que gracias a la difunta mandataria habían mejorado mucho las sillas que heredaran de sus difuntos esposos y que ahora presidían las reuniones de tan sagrada hermandad. Cada silla tenía grabado el nombre de su finado propietario en unas vulgares letras blancas sobre fondo negro. Doña Remedios, siempre tan eficaz, exigió que se cambiaran los colores de los rótulos por un refinado tono champagne dorado cubierto por un distinguido negro zaíno.

-No puedo recordar las últimas palabras de doña Remedios… -decía la servicial doña Olvido y echaba a gimotear desconsoladamente mientras entraba en la atestada sala. Nadie la escuchó.

La urna con las celestiales cenizas comenzó a pasar de mano en mano en tanto los labios de todas ellas se pegaron a la tapa dejando multitud de olores a carmín. Doña Modesta tapó los grititos de recibimiento a las santas reliquias con su voz de barítono de coro eclesial.

-Os acordáis de la pulcritud con la que llevó el dislate de la Placeres. Yo creo que fue esa la causa de su desgraciado desparrame cerebral.

Recordaban cada palabra vertida en aquella sala el día del juicio a la infame. Doña Remedios estuvo colmada en cada una de sus intervenciones mientras que la Placeres escupía desprecio en sus machaconas y arbitrarias intrusiones. La presidenta comenzó con unos versos de Santa Teresa de Jesús que enaltecieron a las masas y avisaron a la pecadora que estaba condenada antes de que se atreviera a hablar.

-Ya me acuerdo, ya me acuerdo… -cortó los recuerdos colectivos doña Olvido.

-Cállate, insensata. Déjanos esbozar en palabras la gran intervención de doña Remedios. No nos agobies con tus tonterías –le espetó doña Modesta.

Las palabras volvieron al redil, pasando de boca en boca y recordando la última reunión que presidió aquella inmensa mujer. Doña Remedios recordó que la moral era uno de los grandes  pilares de la tertulia femenina Benedictine del Santo Sepulcro y la Placeres soltó que la asociación era más el Club de los Funcionarios Muertos, haciendo reseña a sus difuntos maridos que trabajaron todos en el ayuntamiento. Doña Remedios tuvo que ser atendida con sales que suavizaron aquel desmallo infernal que le provocó la inquina barriobajera de la Placeres. Fue un acto de desprecio que obligó a la extraordinaria presidenta a ir al grano.

-Repelente víbora, no te da vergüenza pasear por el malecón del paseo fluvial cogida del brazo de Agustín, el boy del club de las afueras, y hacerlo a la hora de más afluencia, cuando dejabas en entredicho nuestra reputación.

-Pues no, mira tú por dónde. Y bien que me miraban todas las presentes con ojos de envidia. ¡Qué estamos todas libres y sin tiempo que perder!

-Canalla, te has saltado todos los acuerdos de nuestra tertulia. Por ello te expulso de por vida de la asociación y te quito la silla de tu difunto marido, el pobre no se merecía esto.

-Pero si era un putero de mil pares de cojones.

Todas recuerdan como tuvieron que coger a doña Remedios de otro pertinaz desvanecimiento ante las rudas palabras de la Placeres. La muy lumia se echó a reír levantando las faldas y dejando ver su culo sin bragas. Retiraron sus vistas de tan insolente hecho y se alejaron hacia la iglesia para implorar por tan pérfida mujer.

Después de aquella remembranza del pasado reciente todas guardaron silencio en honor al pundonor de doña Remedios. ¿Qué iba a ser de ellas ahora que había muerto?

-Ya me acuerdo, ya me acuerdo... Doña Remedios me dejo esta carta dirigida a todas nosotras –profirió doña Olvido ante la mirada atónita de sus compañeras. Doña Modesta recogió la misiva y la leyó en alto:

“Queridas amigas en la decencia y el decoro, he de suplicaros que cumpláis mi último deseo: esparcid mis cenizas por entre las santas sábanas sudadas por nuestro cofrade secreto en el amor, Agustín”.



 
Este relato nació en un paseo de tarde de invierno con un amigo, Norberto Martín. La conversación dejo escapar la historia poco a poco y entre los dos la fuimos dibujando. Mi agradecimiento por todas sus aportaciones a este amasijo de despropósitos.
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1/3/14

VAYA PASTEL


Fue todo un honor salir de la escuela de hostelería e ir a mi primer trabajo en el obrador de Cipriano Azpiricueta, uno de los mejores reposteros del país, sito en Villapalofrío. Llegar a tan ilustre confitería tuvo el acicate de sentir una sensación de futuro, de permanencia en mi dedicación más adorada: dar gusto a los paladares más refinados. Apenas me puse mi uniforme, él me lo hizo saber:
-Si cumples conmigo, yo cumpliré contigo y te daré trabajo el tiempo que tú desees. Esfuérzate y te enseñaré todos los secretos del obrador.

Ahora puedo decir que era un hombre de palabra y que cumplió con todo lo dicho mi primer día de faena.



  
 
Al principio, sus dependientas, dos resabidas sicólogas de Santander, me hicieron de menos, logrando convertir mí estancia en insoportable. Pensaron que mi misión era ser el chico de los recados y don Cipriano, siempre tan ocupado, no les saco de su confusión. Repartí encargos, traje todo lo que les pedía sus incansables barrigas, limpié todos los desaguisados…, hasta que un buen día mi jefe se fijó en que no había hecho ni un miserable pastel. La bronca se oyó en todos los negocios de alrededor pero, por desgracia para mí, no fue para aquellas chismosas sino para éste que os relata la historia. El maestro pastelero pensaba que me estaba escaqueando y dándome a la buena vida. No hubo forma humana de explicárselo por lo que no rechiste ni un ápice.
Me apremió a realizar cuanto pastel tenía en el catálogo mientras él comenzaba lo que iba a ser un nuevo rumbo en el negocio: el pastel personalizado. Las chismosas de Santander hablarían con los clientes, explorando todos los entresijos de personalidad y sonsacando toda la información necesaria para que el pastel cumpliera las normas de calidad. Cipriano partiría de esas notas tomadas por las sicólogas quincalleras y haría arte gastronómico, llegando a unos límites que nadie había rebasado hasta ese momento.

 
Así fueron pasando los días, yo dedicándome a los pasteles de la chusma y las arpías ayudando a uno de los grandes a hacer historia en el terreno alimentario. Como era el eslabón menos importante en la cadena productiva de la confitería me veía obligado, muchas veces, a ir a por pizza al local contiguo.  Siguiendo de cerca nuestros pasos, intentaban comercializar una pizza personalizada, pero sus cotillas informadoras eran de menor nivel que las santanderinas y los cocineros ni se aproximaban a mi maestro.
-¡Estos cabrones siempre buscando cómo hacerme daño! –gritaba desencajado don Cipriano-. Por hacer no saben hacer nada, pero vete tú a decírselo a esos esnobs que paran en nuestros establecimientos.


Se decidió a realizar una nueva búsqueda en su camino a la gloria y esta vez intentaría que en la pizzería no le pisaran el descubrimiento. Por eso seguí realizando incursiones en el insidioso local de comida rápida para ejercer la labor de espía y asegurarme que no se coscaban de nada. Mi maestro contrató a otro aprendiz y a mí me ascendió en el escalafón. Comencé a preparar los pasteles personalizados con él, quitándole mucho trabajo y ganando tiempo para que estudiara en sus libros que yo tildaba de alquimia. La vida se tranquilizó poco a poco y Cipriano desapareció por algún tiempo. En la pizzería lanzaron la pizza personalizada de grupo que tuvo un éxito descomunal. Solo los más selectos seguían confiando en nuestro negocio y decayó hasta la venta de pasteles normales de catálogo.

 

Cipriano volvió con ropas muy extrañas y un santón al que llamaba gurú Urjavaha. La confitería empezó a oler a incienso todas las mañanas y el gurú recibía a los clientes para estudiar su karma y diseñar sus necesidades dulzonas para reorientar su vida espiritual. Me fijé que el maestro y el gurú miraban a algunos clientes con caras pesarosas. Al paso de algunos días, aquellas personas dejaban este valle de lágrimas sin que hubiera ninguna sospecha por parte de la autoridad.

El número de finados aumentaba a la velocidad que bajaban los clientes de la pizzería. La competencia intentó eclipsar a la confitería trayendo una santera brasileña, pero enseguida se descubrió que era una pobre chica sacada del descorche local. Don Cipriano  empezó a ir a por sus pizzas con el fin de poder reírse a su cara. Un catarro atroz hizo que rompiera su nueva costumbre y me enviara de nuevo a mí. Comiéndose un tercer pedazo de tan odiado alimento, empezó a gritar:
-¡No puede ser! Estos copiones lo volvieron a logr… -y falleció.

Ninguna autoridad sospechó. Las honras fúnebres fueron seguidas por infinidad de clientes. Por todos los lugares que pasaba el finado se regalaban pasteles del buen karma. Las lisonjas fueron muchas y su tumba muy pequeña.
 

El trabajo de espía es lo que tiene: empiezas trabajando para un bando pero el tiempo te transforma, sin querer, en espía doble, al final te das cuenta que lo mejor es que trabajes solo para ti. La confitería se cerró a falta de familiares que se hicieran cargo de su maquiavélico negocio. La pizzería fue decayendo a falta de la información sesgada que el espía les ofrecía. Don Cipriano había dejado una puerta abierta de par en par que yo traspasé y probé, desde entonces no tuve intención de cerrarla. Mi persona marchó por el mundo adelante a practicar mi nueva profesión con la ayuda de las santanderinas y el gurú.

 
Por orden del señor Alcalde  de Villapalofrío se hace saber que los días 15 de marzo y 1 de abril este blog permanecerá clausurado por demasiado liberal, marxista-lenilista pensamiento Mao-She-Tung y judeo masónico. El 15 de abril será de nuevo abierto con la cautela que exige el buen gobierno y las costumbres rectas.


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15/2/14

LAS TERTULIAS DEL ETCÉTERA

Quiero dedicar este relato a un café que me ha acompañado muchos años de mi vida y la ha hecho muy feliz. Es el último de unos cuantos cafés con solera que han desaparecido de mi ciudad y las fotos de esta entrada van a ser de y para él. A ti, café Dindurra, va este escrito y las fotos que lo ilustran.

La cita para comer en el café Etcétera se adelantó un día a causa de don Justo, mentor literario de nuestra tertulia y miembro de las dos grandes familias de Villapalofrío, que tenía algo urgente que contarnos.
-Estamos de enhorabuena. Doña Virtudes, viuda de don Inocencio Pereíra, se ha comunicado con mi persona para decirnos que su nuevo rentado quiere pertenecer a nuestra renombrada tertulia. Parece ser que es un afamado escritor Premio Nobel de Literatura de cuyo nombre no puedo acordarme.

El murmullo se extendió hasta los escusados del café, donde se iba a fumar los días de lluvia y frío. Después de sacar a relucir el orgullo de tertulia prestigiosa, de comer alocadamente entre un jolgorio desenfrenado y de organizar la sesión de bienvenida a tan ilustre personaje, quedamos en vernos al día siguiente.

 

Don Justo nos había indicado que entre la gente bohemia estaba mal visto ser puntual. Me pareció que diez minutos de tardanza serían suficientes pero así todo fui el primero en llegar. Comprobé que la máxima de don Justo no era del todo cierta pues nuestro invitado ya había llegado. Le hice una genuflexión y el me respondió con un apretón de manos. Mis compañeros fueron llegando pausadamente, al igual que los pinchos del café Etcétera fueron cayendo en el estómago de nuestro invitado. El último en aparecer fue don Justo, que, una vez allí, abrió el desfile hacia el comedor donde las viandas nos estaban esperando.
Nunca vi, aunque mejor diría oí, una tertulia tan silenciosa. Nuestro convidado no estaba ni diez segundos con su boca desocupada. Como buenos anfitriones de provincias hicimos todo aquello que él hiciera, no fuera a pensar éramos demasiado rústicos. Cuando dijo sus primeras palabras, los demás descansamos de tan truculento almuerzo e hicimos servirnos unas sales de frutas.

-Caballeros –comenzó-, me regocijo de poder estar con tan ilustres miembros de la conocidísima tertulia literaria Etcétera. Hasta la capital del reino ha llegado vuestras insignes reuniones –las sonrisas de honra sonaron amplias y ruidosas-. Por eso, juzgo que sería muy correcto el extender nuestras veladas a todos los días de la semana –nuestra adhesión a tan extraordinaria idea no se dejó esperar mucho-. Acordado lo tal, creo que podíamos quedar sin más para mañana.

Todos esperábamos tenerle que pagar la comida a tan ilustre novato pero don Justo también se escaqueó como de costumbre. Salimos del café con los bolsillos rascados y el frío envolviendo nuestros cuerpos.

 

El señor Premio Nobel enseguida mostró su disponibilidad para darnos pequeños consejos de escritura. La propuesta nos pareció magnífica y enseguida le preparamos una lista en la que se apuntaban dos de nosotros al día, unos antes del almuerzo y otro después. Tan insigne persona nos rogó que reseñáramos también nuestras direcciones para acudir presto a nuestros domicilios. Nos congratulamos por ese signo de campechanía y de humildad.
Pronto vimos que el visitado de la mañana debería de proporcionarle un opíparo desayuno y el de la tarde una bien aderezada cena. Sus consejos, todo hay que decirlo, bien valían el sacrificio. Nos dejaba a todos boquiabiertos por su genialidad y maestría. Hablaba y hablaba con tanta franqueza y atino que enseguida hubo invitados a los encuentros.

 

Las dos grandes familias de Villapalofrío, con don Justo a la cabeza, abrieron sus puertas a tan ilustrado personaje a sus cenas. Se acabaron nuestras lecciones tardías, reduciéndose exclusivamente a las de la mañana. Dieron comienzo las charlas de sociedad donde las grandes familias reunían a la gente de importancia de los alrededores. Llegó a haber peleas por una plaza en tan refinada tertulia social. En una de tantas reyertas tuvo que intervenir la policía y el premiado salió escopetado por las cocinas.
Después de aquello, nos sentimos todos muy abochornados y le rogamos mil perdones al reputado escritor. Él no le dio importancia pero nos notificó que le había llamado su secretario personal de zona para informarle que habían solicitado su presencia en Sudamérica, donde iría a dar múltiples charlas sobre su visión de la literatura. Todos nos sentimos orgullosos de haber tenido esas charlas de forma gratuita.

 

Poco después, doña Virtudes, la viuda de Inocencio Pereira, vino a nuestra tertulia. Todos pensamos que nos traía noticias del notorio tertuliano. ¡Qué va! La muy entrometida nos venía a contar que el Nobel se había marchado sin pagarle, dejándole el teléfono de su secretario personal de zona para que le enviara un cheque. Al llamarlo, comprobó que era el bar de carretera lleno de neones que había en la entrada de Villapalofrío. Intentó profundizar en su cotilleo, pero la echamos con cajas destempladas. Conociendo a la muy lumia lo despistada que era, seguro que se había confundido al tomar nota del dichoso teléfono.


No te olvides de visitar mi blog de poesía y prosa-poética Deseo Indigno.
 
 
 
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