1/3/14

VAYA PASTEL


Fue todo un honor salir de la escuela de hostelería e ir a mi primer trabajo en el obrador de Cipriano Azpiricueta, uno de los mejores reposteros del país, sito en Villapalofrío. Llegar a tan ilustre confitería tuvo el acicate de sentir una sensación de futuro, de permanencia en mi dedicación más adorada: dar gusto a los paladares más refinados. Apenas me puse mi uniforme, él me lo hizo saber:
-Si cumples conmigo, yo cumpliré contigo y te daré trabajo el tiempo que tú desees. Esfuérzate y te enseñaré todos los secretos del obrador.

Ahora puedo decir que era un hombre de palabra y que cumplió con todo lo dicho mi primer día de faena.



  
 
Al principio, sus dependientas, dos resabidas sicólogas de Santander, me hicieron de menos, logrando convertir mí estancia en insoportable. Pensaron que mi misión era ser el chico de los recados y don Cipriano, siempre tan ocupado, no les saco de su confusión. Repartí encargos, traje todo lo que les pedía sus incansables barrigas, limpié todos los desaguisados…, hasta que un buen día mi jefe se fijó en que no había hecho ni un miserable pastel. La bronca se oyó en todos los negocios de alrededor pero, por desgracia para mí, no fue para aquellas chismosas sino para éste que os relata la historia. El maestro pastelero pensaba que me estaba escaqueando y dándome a la buena vida. No hubo forma humana de explicárselo por lo que no rechiste ni un ápice.
Me apremió a realizar cuanto pastel tenía en el catálogo mientras él comenzaba lo que iba a ser un nuevo rumbo en el negocio: el pastel personalizado. Las chismosas de Santander hablarían con los clientes, explorando todos los entresijos de personalidad y sonsacando toda la información necesaria para que el pastel cumpliera las normas de calidad. Cipriano partiría de esas notas tomadas por las sicólogas quincalleras y haría arte gastronómico, llegando a unos límites que nadie había rebasado hasta ese momento.

 
Así fueron pasando los días, yo dedicándome a los pasteles de la chusma y las arpías ayudando a uno de los grandes a hacer historia en el terreno alimentario. Como era el eslabón menos importante en la cadena productiva de la confitería me veía obligado, muchas veces, a ir a por pizza al local contiguo.  Siguiendo de cerca nuestros pasos, intentaban comercializar una pizza personalizada, pero sus cotillas informadoras eran de menor nivel que las santanderinas y los cocineros ni se aproximaban a mi maestro.
-¡Estos cabrones siempre buscando cómo hacerme daño! –gritaba desencajado don Cipriano-. Por hacer no saben hacer nada, pero vete tú a decírselo a esos esnobs que paran en nuestros establecimientos.


Se decidió a realizar una nueva búsqueda en su camino a la gloria y esta vez intentaría que en la pizzería no le pisaran el descubrimiento. Por eso seguí realizando incursiones en el insidioso local de comida rápida para ejercer la labor de espía y asegurarme que no se coscaban de nada. Mi maestro contrató a otro aprendiz y a mí me ascendió en el escalafón. Comencé a preparar los pasteles personalizados con él, quitándole mucho trabajo y ganando tiempo para que estudiara en sus libros que yo tildaba de alquimia. La vida se tranquilizó poco a poco y Cipriano desapareció por algún tiempo. En la pizzería lanzaron la pizza personalizada de grupo que tuvo un éxito descomunal. Solo los más selectos seguían confiando en nuestro negocio y decayó hasta la venta de pasteles normales de catálogo.

 

Cipriano volvió con ropas muy extrañas y un santón al que llamaba gurú Urjavaha. La confitería empezó a oler a incienso todas las mañanas y el gurú recibía a los clientes para estudiar su karma y diseñar sus necesidades dulzonas para reorientar su vida espiritual. Me fijé que el maestro y el gurú miraban a algunos clientes con caras pesarosas. Al paso de algunos días, aquellas personas dejaban este valle de lágrimas sin que hubiera ninguna sospecha por parte de la autoridad.

El número de finados aumentaba a la velocidad que bajaban los clientes de la pizzería. La competencia intentó eclipsar a la confitería trayendo una santera brasileña, pero enseguida se descubrió que era una pobre chica sacada del descorche local. Don Cipriano  empezó a ir a por sus pizzas con el fin de poder reírse a su cara. Un catarro atroz hizo que rompiera su nueva costumbre y me enviara de nuevo a mí. Comiéndose un tercer pedazo de tan odiado alimento, empezó a gritar:
-¡No puede ser! Estos copiones lo volvieron a logr… -y falleció.

Ninguna autoridad sospechó. Las honras fúnebres fueron seguidas por infinidad de clientes. Por todos los lugares que pasaba el finado se regalaban pasteles del buen karma. Las lisonjas fueron muchas y su tumba muy pequeña.
 

El trabajo de espía es lo que tiene: empiezas trabajando para un bando pero el tiempo te transforma, sin querer, en espía doble, al final te das cuenta que lo mejor es que trabajes solo para ti. La confitería se cerró a falta de familiares que se hicieran cargo de su maquiavélico negocio. La pizzería fue decayendo a falta de la información sesgada que el espía les ofrecía. Don Cipriano había dejado una puerta abierta de par en par que yo traspasé y probé, desde entonces no tuve intención de cerrarla. Mi persona marchó por el mundo adelante a practicar mi nueva profesión con la ayuda de las santanderinas y el gurú.

 
Por orden del señor Alcalde  de Villapalofrío se hace saber que los días 15 de marzo y 1 de abril este blog permanecerá clausurado por demasiado liberal, marxista-lenilista pensamiento Mao-She-Tung y judeo masónico. El 15 de abril será de nuevo abierto con la cautela que exige el buen gobierno y las costumbres rectas.


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