25/5/15

SILENCIOS CÓMPLICES





Hay momentos,

                        sólo momentos,

en los que anhelaría

                                   ser poema,

cuyas palabras se conjugarían

en verbos de fe,

de plurales perfectos

y acentos sincopados.

Hay momentos,

                        sólo momentos,

en los que disfrutaría

                        siendo canción,

con notas sedosas

que suavicen los ritmos,

de serena ejecución

e imperturbable armonía.

Pero no es sencillo,

la existencia no fluye apacible,

aquel poema,

                        aquella canción,

se han transformado

                        en pesadillas,

en iracundas heridas,

en silencios cómplices de traición.
 
 
Bueno compis, hasta aquí ha llegado este ciclo en el blog Diario de Incontinencia. Otras nuevas aventuras me esperan que deseo sean tan fructíferas como el blog. En él me he construido como escritor, tanto por mis escritos como por los que he leído de todos vosotros. Me ha encantado formar parte de esta familia de aventureros literarios que recorren mil espacios cibernéticos para llevar sus sueños. Os echaré de menos. Adiós, cuidaros.
 
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18/5/15

TIEMPO DE ABUELOS


Apenas abierto el coche, todo mi ser se llenaba del olor a lavanda y el sonido del viento del sur. Después, me quedaba quieto un instante para absorber retazos de veranos pasados, esperando con ello recobrar la ilusión de mis ansiadas llegadas precedentes. Mi abuela salía en mi búsqueda mientras mis padres sacaban del portaequipajes mis maletas, saludaban cortésmente y se marchaban con la excusa de sus trabajos tempranos.
-Corre, que abuelo te espera en el estudio.

Mi abuelo, el rey de las palabras, adornaba las páginas del ordenador de belleza medida al dedillo.  Su sonoro beso se mezclaba con el recitado fragoroso de aquel poema que escribió con mi nombre la primera vez que pise la casa. Los ojos me repasaban de cabo a rabo, con esa sonrisa tras la cual se escondía el cariño, la sabiduría de la edad que intentaba transmitirse como una caricia. Entonces salíamos de su estudio de la mano, dirigíamos nuestros pasos hacia las escaleras y subíamos sabiendo que el tiempo no existía entre nosotros, sólo las palabras eran capaces de medir nuestros instantes. Abuela estaba desocupando mis maletas y nosotros la ayudábamos.
Había empezado, como otros años, la felicidad sin parangón.

 

Todos los días, después del desayuno, mi abuela preparaba los bocadillos para irnos a la playa fluvial de Villapalofrío. Esperábamos ansiosos a que sonara el timbre de la cancela que tocaban nuestros vecinos de arriba de la colina para iniciar juntos la marcha alegre hacia el refresco del verano. Antes, le daba un beso al abuelo, que cuidaba con esmero aquellas flores azul-violáceas que llenaban el jardín de un aroma celestial, y le decía adiós con la mano. Comenzaba así, sin paliativos, mi juego con los niños amigos del vecindario que hacíamos del camino una suerte de andanzas. Llegábamos a la playa fluvial y no perdíamos ni un segundo en meternos en el agua. No sé para qué habían gastado tanto dinero con la arena que descansaba al lado del río, nosotros apenas le dábamos uso. Nada más salíamos del agua para comer o explorar los alrededores del pueblo en busca de aventuras piratas que nos alejaran de todo aburrimiento.
Aquel año habían venido unos veraneantes nuevos muy remilgados que tenían a un llorica por hijo y, para más inri,  nos obligaban a soportarlo. Nos escapábamos de él a cada segundo para poder ponernos nuestros garfios y patas de palo sin que sus continuas protestas nos hundieran el barco de aventuras.

-Javi, sé bueno y juega con el niño. Hazlo por tu abuela –me decía implorante mi adorada yaya a sabiendas que por la tarde-noche mi abuelo me premiaba con algún improperio sobre el niño de marras.
Un día, sin maldad alguna, nos metimos en el río y comenzamos a nadar para la zona más profunda. El repipi nos amenazó con ir a contárselo a los mayores. Todos a una, lo agarramos por piernas y brazos y lo metimos más allá de las profundidades exploradas. Aprendimos que apenas sabía nadar, que sus padres aún lo hacían peor y que los socorristas tenían muy malas pulgas cuando los niños hacíamos, según ellos, gamberradas. Desde entonces, solían ponerse alejados de nosotros, levantándose así la veda pirata y regresando de nuevo la alegría.

 

A media tarde, tornaba al santuario de mi abuelo donde nada más nos recordaba el tiempo un reloj de pared que marcaba las horas. Me sentaba a su mesa sosegado y escribía sin cesar cuentos y cuentos que él me enseñaba a redondear. Mientras tanto, la abuela, en otro cuarto, dejaba que su trabajo de pintora derramara color por lienzos infinitos.
Rara era la tarde que no empezáramos nuestra sesión de escritura contándole lo que hiciera el pejigueras ese día y mi abuelo fantaseara con lo sucedido dándole el peso de aventura sin igual. Entrados ya en ese mundo mágico, yo escribía y escribía acerca de esa pandilla pirata que huía siempre de su enemigo acérrimo que intentaba hundirles la última picia ideada. A cada poco le arreaba un codazo a mi abuelo para que leyera mi ocurrencia postrera. Sus risas me indicaban que le gustaban las ideas pero siempre tenía algún pero que mejoraba mi historia.

Aquella tarde fue especial. Le dije al abuelo que no le iba a contar nada de la criatura, que lo iba a escribir para que él lo leyera. Trabajé y trabajé sin cansarme lo más mínimo, la aventura iba saliendo poco a poco. Hasta que llegó ese punto y final que me obligaba a enseñársela a mi abuelo. Vi como la leía sin apenas mandarme hacer mejoras. Nunca corregí esos pequeños detalles con tanta felicidad. Mientras lo hacía, mi abuelo quedó en un duermevela de los que él tanto escribía. Yo no avanzaba en los arreglos del texto si no salía una sonrisa de mis labios o un aja de mi boca. Estaba seguro que aquella iba a ser mi primera historia publicada, mi futuro.

 

Acabé cuando el viento sur se había retirado de la colina y había dado paso a una llovizna menuda traída por el viento del norte.
-Abuelo, abuelo, ya he terminado… Abuelo…

El reloj de pared había detenido el tiempo. Su sonido al dar las horas se había sumado a un silencio perpetuo.



Se aproxima el final de ciclo. El lunes próximo, 25 de mayo, este blog dejará de publicarse por el momento ya que su autor se dispone a escribir una novela que le va a llevar mucho tiempo. No os perdáis ese final, va a ser con una poesía que seguro os encandilará. Hasta entonces, saludos literarios.


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11/5/15

EL GRAN BAILE


 
Año tras año se celebraba en Villapalofrío la competición de quién iba más atusado al Gran Baile del Club de Golf. Cada boutique, cada tienda de complementos, cada joyería, cada peluquería,…, bueno no, cada peluquería no, había una destartalada barbería en pleno centro de la villa cuyos dueños hacía tiempo que se habían quedado anticuados. Nadie se aproximaba a sus puertas, el desprecio hacia los decrépitos viejos se traducía en la más absoluta indiferencia.
Aquel año fue distinto, su nieto se hizo cargo del establecimiento y la innovación iba más allá de una sorprendente mano de pintura. Los peinados unisex destilaban un aire de elegante modernidad y la gente más chic comenzó a visitar la peluquería. El boca a boca se encargó de la publicidad, rompiendo así todos los records de reserva para el extraordinario Gran Baile del siglo.

El Club jamás había sido decorado tan elegante. La servidumbre lucía unos trajes de gran distinción. Los invitados se veían flamantes en su habitual coquetería. Incluso contrataron a la orquesta de mayor swing de cuantas actuaban en los clubs de finura. Al llegar la medianoche, justo cuando empezaban los cambios de pareja más sexis de toda la alta sociedad, los aspersores de incendio comenzaron a funcionar y la laca de los peinados se convirtió en una masa pegajosa que destrozó la velada más delicada de la historia.
Nadie se explicó como la barbería volvió a lucir su desconchada pintura. Los viejos tornaron al trabajo con unas elegantes sonrisas.



Seguimos con esta cuenta atrás de despedida. Quedan un relato y una poesía para acabar de momento este blog. El lunes próximo, 18 de mayo, publicaremos el relato y dejaremos que sea la poesía la que cierre este ciclo el lunes 25 de mayo. Hasta entonces, sed buenos.


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4/5/15

ACTO SOCIAL


 
Siempre me resultó penoso asistir a este tipo de actos sociales de dudosa efectividad. Los hay que asisten por morbosidad, los más; otros por dolor, los menos; y después estamos los que asistimos por obligación. Mi esposa Cuca está acostumbrada a escaquearse dejándome el muerto para mí. ¡Dios santo! Ustedes perdonen por esta palabra tan desafortunada. En estas circunstancias estaba mejor con la boca callada. Aunque veo que no soy el único, vaya como están poniendo esos asistentes al finado. ¿No dicen que hoy es el día de las alabanzas para el difunto? Éste debía de ser de armas tomar, ni en su día le echan flores.

Aquí en Villapalofrío existe la tradición de beber por el difunto una vez enterrado, pero este debía de ser un tacaño de órdago. Debe de tener hasta contada el agua bendita. En fin, hoy no me podré coger una pequeña peonza a la salud del fallecido. ¡Uf! Esas lumias dicen que su pobre esposa quedó descansada. ¡Qué elementas! Vaya sambenito que nos cayó a los machos.

Ahí vienen con su ataúd. Muy tacaño no debía de ser, esa caja no es de las baratas. Me voy a acercar a la familia para darles el pésame, no quiero aguantar estoicamente el rollo de la misa. ¡Qué pelmazos! Todos rodean a la viuda, como buitres. Voy a mirar si puedo acercarme a los hijos. ¡Peor me lo pones! Parece que hay un hueco en las cercanías de la viuda. ¡Esta es la mía! Pero, si es…, si es… ¡Cuca, mi mujer!




Comienza la cuenta atrás. Tres relatos y una poesía pondrán el broche de oro a este blog. Su autor se prepara para escribir una novela larga y no va a tener tiempo para él. El próximo lunes, 11 de mayo, volveremos con otro microrrelato que os va apasionar. Hasta entonces.



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20/4/15

MIEDO AL VACIO





Quiero intimidar al viento
en su bufido atronador.
Ansío asustar a la lluvia
en su chocar inhóspito con la vida.
Ambiciono amenazar a la nieve
en su estrepitoso caer de incomunicación.
Todo,
anhelo hacerlo todo,
para impedir mi miedo,
ese miedo a las palabras huecas,
a las palabras sin nombre,
escritas sobre espinas
forjadas en hierro
por mi corazón.
 
He vuelto. Lo he hecho antes de tiempo. No sé, esa sensación de vacío que te da estar lejos de tu blog puede ser el culpable. Pues aquí estoy, espero que os guste la sensación que he publicado hoy. El 4 de mayo, a las 9 de la mañana hora española, tendréis de nuevo una historia de Villapalofrío. No os la perdáis. Hasta entonces, saludos.
 
 
 
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13/4/15


AVISO URGENTE: Tengo mono, auténtico mono de blog. Por ello me voy a pegar un chutazo de entrada antes de tiempo. El lunes 20 de abril publicaré una sensación bajo el título de Miedo al Vacío. No os la perdáis.

16/2/15

CUERPOS REBOSANTES DE MENTIRAS



Cuerpos rebosantes de mentiras
recogidas en lagos de avenencia

y abandonadas en ríos de acusación,

no clavéis vuestra inmundicia,

ni cantéis vuestros engaños,

ni tanteéis vuestra desidia,
dejadnos recorrer el pulcro camino

lejano del  tedioso sendero de la falacia,
dejadnos sentir el digno trino

de los pájaros exultantes de la vida.

 

Cuerpos rebosantes de mentiras
pensad que el fruto que nace en nosotros
jamás se empodrece con la inquina,
con el alud de la sospecha,
con la mirada del asesino de la razón,
con el negro carbón de la calumnia,
apartad vuestra verborrea culpable
del viento suave de la existencia,
apartad la injuria chirriante
del placido fluir de la deferencia.
 














 
 
Cuerpos rebosantes de mentiras
no conseguiréis llenar nuestros corazones
de vuestra virulenta falsedad.
 

Llegó la hora del descanso, necesito relajarme y descansar antes de ponerme la toxina botulínica para mi lado derecho del cuerpo medio dormido. Volveré el 4 de mayo, a las 9 de la mañana, con otra aventura en Villapalofrío. El 18 de mayo podréis leer otra sensación. Hasta entonces, que seáis felices y la vida os sea todo ventura, saludos.

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2/2/15

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA


 
Al acabar el colegio, mi madre, que siempre se le dio bien el repartir tareas, mandaba a cada hijo a realizar una. A mí, por ser el mayor, me enviaba a su antiguo trabajo por encontrarse lejos de nuestro barrio de Villacajón, uno de los más pobres de Villapalofrío. Jacinto, su antiguo jefe antes de que su negocio fuera a menos por el dichoso supermercado que le plantaron al lado, me tenía guardado pan y pastelillos hechos en su obrador. Después de recogerlos, caminaba a toda prisa para ver si los niñatos del colegio de pago no hubieran salido. Nunca había suerte. Un grupo de ellos, entre los que se encontraban los nietos de las grandes familias, comenzaban a insultarme y lanzarme piedras casi seguro recogidas por la mañana, antes de entrar a clase.

Aquel día no llevaban piedras y eso me mosqueó mucho. Comenzaron a perseguirme mientras gritaban que tenían hambre, que me iban a comer los pastelillos y el pan. Corrí desesperado, con el miedo como acicate, pasando por calles ajenas a mi calaña. De repente, apareció una iglesia muy puesta, de esas que las mantillas no iban recosidas. Su párroco les gritó por su nombre a los niños pijos, éstos recularon. Me acogió entre sus brazos y me acarició.

-No te preocupes hijo mío, todo ha pasado. Entra conmigo a rezarle a Dios a su casa.

Nunca pensé que rezarle a Dios fuera tan doloroso.


Nos volvemos a ver el 16 de febrero, lunes a las 9 de la mañana, con otra sensación que espero os guste.

El 4 de mayo, después de los dos meses de descanso que me he de tomar, estaré con todos vosotros en otra historia de Villapalofrío que os hará vibrar. Saludos.

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19/1/15

AROMA DE ESTÍO





Bulliciosa senda de festiva evocación
que insinúa miradas lascivas,
llenas de luz,
de gozosas
añoranzas.
 
Olas de malecón que rompen,
que saltan la vida,
que besan vigores,
que acontecen
recuerdos.
 
Anhelo volver a vuestro tiempo,
tan lleno de sofoco,
de mar desnuda,
de ardiente
verano.


 


El 16 de febrero tienes una nueva cita con otra sensación poética. Antes de ello, el 2 de febrero volveremos a Villapalofrío a correr una nueva aventura. Hasta entonces, a disfrutar.
 
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5/1/15

CUENTO DE NAVIDADES NEGRAS


Mis padres no soltaban prenda de adonde nos dirigíamos. Era todo muy extraño. Una familia de tres miembros, víctima del paro, consumido hace algún tiempo el subsidio de desempleo, había alquilado un tráiler gigantesco para una mudanza repentina, sin saber muy bien de dónde saldría el dinero para tal dislate.
-Ten confianza, verás qué sorpresa te vas a llevar –repetía mi madre como si fuera una letanía de mi abuela.

Me entraban ganas de gritar, de pedir socorro cada vez que pasábamos por el medio de algún pueblucho. Llegamos a una desviación que rezaba: Villapalofrío, ni cortos ni perezosos la tomamos. No lejos de ella se hallaba un pueblo con ínfulas de ciudad.
-Por favor, me puede indicar el camino para Villa Jardín –preguntó la incauta de mi madre mientras bajaba la ventanilla.

La lugareña nos observó con miedo en sus ojos y no contestó. Mi madre tuvo que repetir la pregunta unas cuantas veces más con resultado parecido, por no decir igual. Todo cambió al dar con una piba muy amable que no dudo en montarse en nuestra matraca y guiarnos. El lugar no se encontraba muy en el centro que se dijera, incluso había cerca de un kilómetro sin viviendas antes de llegar a él. La zona estaba llena de chalets, sin apenas personas por la calle y con pintadas que anunciaban que nos encontrábamos en el “barrio negro”.

-Pues aquí me quedo yo. Su chalet es el número siguiente. Parece ser que vamos a ser vecinos –se bajó de golpe mientras me guiñaba un ojo.
El tráiler de mudanzas se había encargado de dejar abierto de par en par el portón. Entramos con la matraca y mi extrañeza se convirtió en alucine: o íbamos a trabajar allí como criados, o nos lanzábamos a la vida de okupas. Ante mí se presentaba una vivienda descomunal, un jardín inmenso, una piscina tan grande como nuestra antigua casa y un embarcadero con su bote flotando en el río. Todo era flipante.

 

Los primeros días fueron como una fiesta: los tres metidos en el chalet, vagueando a lo ricachón, disfrutando de cada centímetro del lugar y sin preguntarnos nada en absoluto. Todas las mañanas aparecía una señora con nuestra compra, hacía todas las tareas de la casa y preparaba la comida para la jornada. Sin duda nos había tocado la lotería, o algo parecido.
Un buen día surgió de la nada un hombre a quien mi padre llamó el conseguidor. Me acuerdo que me traía un uniforme de colegio privado, una mochila y todo lo necesario para hacer a un chaval infeliz. Me dijo que mi vecina me vendría a buscar, que me preparara, mientras les preguntaba a mis padres si estaban listos para el curro. Todo aquello me olía mal. Bueno, lo de mi vecina no.

Fue el colegio más pijo que vi en mi vida. La piba resultó ir a mi curso, a cuarto de la ESO, ser mi compañera de pupitre y mandar sobre todos los demás alumnos del grupo. Hasta el que parecía un musculitos callaba cuando ella le lanzaba miradas asesinas. Enseguida noté que me guardaban el mismo respeto que a ella. Incluso los profesores gastaban una amabilidad que no era de recibo.
De vuelta a casa conocí a todos los habitantes jóvenes de Villa Jardín. Regresábamos juntos a los chalets, como si fuéramos una banda dirigida a toque de miradas de la piba. Me acompañaron hasta mi chalet y se despidieron uno a uno de mí. Mi vecina traspasó la puerta, me acompañó hasta mi habitación y se sentó en mi cama. Sin yo pedírselo, la piba me aclaró lo que estaba pasando. Mis padres habían sido contratados por una empresa de prestamistas de la ciudad. Madre se incorporaría a sus contables y padre a los recaudadores de deudas impagas. Villa Jardín era el lugar donde vivía toda la gente que trabajaba para empresas de esa calaña. No me importó, por primera vez en mi vida era alguien.

 

Un buen día me despertaron los gritos de mis padres. Él se negaba a realizar algo y ella decía que de no hacerlo nos hundiría la vida. A él le importaba un comino, no estaba dispuesto a pasar por ello. Ella aseguraba que nunca había mantenido un empleo, cada vez que le intentaban ascender se venía abajo. Un cómo se nota que no lo tienes que hacer tú zanjó la discusión. Los ojos se me empezaron a abrir.
A la mañana siguiente, cuando iba para el colegio, el conseguidor me salió al paso. Me dijo que la piba le había informado que lo deseaba ver. Le expliqué mis intenciones. Se rio abiertamente. Aseguró que tenía más agallas que mi padre. Me entregó un estuche y un sobre,  después me estrechó amablemente la mano.

Una vez hecho el encargo, el conseguidor me visitó con el primer cheque. La cifra que figuraba en él me dejó perplejo. Me llevé mayor susto cuando vi a un par de personas entrar cargados de regalos, era más de lo acordado. Los miembros de la panda de Villa Jardín no se lo podían imaginar, su nuevo jefe de miradas les iba a proporcionar un día alucinante. Antes de marchar, el conseguidor me felicitó por el trabajo bien hecho.

Desde entonces, cada vez que tenía un trabajo especial, aparecía el Papa Noel de los prestamistas cargado de regalos. Daba lo mismo la época del año que fuera, la navidad negra llenaba de alegría el barrio. A mí, siempre tan serio y responsable, me traía un nuevo juego que mejorara mi puntería. De esa forma, mis víctimas apenas se enteraban de mi visita.

 

Acordaros que el tercer lunes de cada mes toca publicar una nueva sensación. No os la perdáis.

El lunes 2 de febrero, a las 9 de la mañana, se publicará el próximo relato de Villapalofrío. ¡Qué estas navidades no os hayan dejado mucho carbón negro!
 
 
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