Y hablando de los inicios de esta bitácora, Jengibre fue una de las primeras personas que se aventuró a hacer comentarios en este blog, es por lo tanto una persona valiente. Lo demostró con el tiempo, dio un giro a su timón y ha comenzado a escribir micros. Sí, sí, es de los locos que intentan amenizar a la gente en el menor tiempo y espacio posible. Su dulzura se mezcla ahora con gotas del más excelso licor de Microrrelatos. Me sorprendió hace unos días con este micro La Caja de Música, sin traicionar su forma de escribir deja entrever una nueva Jengibre que se vislumbra por su Los Cuentos del Hada Jengibre.
TRILOGÍA DE PARÍS (3): LA CAJA DE MÚSICA
Cada día pasaba por esa calle. A la salida del colegio. Aunque le suponía caminar un poco más. Pero tenía que pasar por el bulevar, tenía que detenerse frente al escaparate de esa tienda. Y allí, en primer plano estaba lo que tanto deseaba. La preciosa caja de música. El regalo que siempre deseaba, pero que nunca recibía. Brillaba, iluminando todo el escaparate. Blanca, con pequeños arabescos dorados. Y esa música, que a pesar del grosor del cristal que la apartaba de ella, podía escuchar con toda claridad. Una música mágica e hipnótica. Sin saber muy bien porqué tuvo el impulso de cogerla. Miró a través del cristal y no vio al vendedor. Se decidió, abrió la puerta, emocionada por poder tener lo que tanto deseaba. La música parecía guiarla en su camino. La puerta se cerró con un golpe seco, pero eso no importaba, sólo deseaba tener la caja en sus manos. De puntillas, se aferró al estante, rozando la caja. Cuando por fin pudo alcanzarla, sintió como si una poderosa fuerza tirara de ella hacia el interior de la caja. Sintió como cayera por un túnel oscuro, perdiendo el conocimiento. Al despertarse, volvía a escuchar la melodía que tanto le gustaba. Pensó que todo había sido un sueño. Abrió los ojos. Un grito escapó de su garganta cuando descubrió que estaba rodeaba de espejos y en ellos reflejada la imagen de una pequeña bailarina, bailando sin parar la mágica melodía.
Rubo es un compañero de ciudad. Recorre las mismas calles, las mismas playas, el mismo muelle..., pero nunca somos capaces de vernos porque jamás nos hemos conocido fuera de nuestros blogs. En Cosechas del 74 escribe algo más que micros, está abierto a todo lo que cae por su pluma y muchas veces es un descanso para el viandante exhausto de tan pocas letras. Cuando le toca al micro escribirse es locuaz, sorpredente o simplemente meditativo. Su estilo es fresco, como la mar que nos baña a los dos. La semana pasada me hizo bajar a la tierra con un micro que me dejó acongojado, despertando en mí el espíritu asturiano de la solidaridad, en este caso de un niño, tan cercano al maestro que soy. La Zorra y el Niño no deja posibilidad al adelanto, así que te dejo leerlo.
Rubo es un compañero de ciudad. Recorre las mismas calles, las mismas playas, el mismo muelle..., pero nunca somos capaces de vernos porque jamás nos hemos conocido fuera de nuestros blogs. En Cosechas del 74 escribe algo más que micros, está abierto a todo lo que cae por su pluma y muchas veces es un descanso para el viandante exhausto de tan pocas letras. Cuando le toca al micro escribirse es locuaz, sorpredente o simplemente meditativo. Su estilo es fresco, como la mar que nos baña a los dos. La semana pasada me hizo bajar a la tierra con un micro que me dejó acongojado, despertando en mí el espíritu asturiano de la solidaridad, en este caso de un niño, tan cercano al maestro que soy. La Zorra y el Niño no deja posibilidad al adelanto, así que te dejo leerlo.
La zorra y el niño
"Mira, mira."
Sus manos maltratadas sostienen unas hojas sobadas, restos de una revista del corazón. El dedo índice señala a una elegante mujer que asiste a una fiesta de sociedad.
"Aquí es donde van a parar nuestros diamantes."
El niño esboza una sonrisa, mira a su compañero, exclama con total convencimiento:
"Qué mujer tan hermosa. Me gustaría tener una novia así."