ALBERTO FLECHA
Lo primero, quiero agradecer a Nel su amable invitación a
participar en su blog y, también, su fe en mí: ni siquiera me considero un
microrrelatista. Soy un desastre para fingir géneros, cuando no dudo
directamente de la posibilidad de asignar un texto a uno de estos
compartimentos estancos. Pienso que la literatura son palabras, nada más, con
plasticidad y capacidad de sugerir. Esto, creo, lo aprendí de Oneti o de
Carpentier o de Valle o del mismo Rulfo en cuyos textos a pesar de pasar (o
suceder), pasa también el lenguaje vestido de sí mismo, como en eso que llaman
poesía. Por eso, cuando me pongo a escribir (mucho menos de lo que quisiera),
puede salir cualquier cosa. Antes, trataba de dirigir la flecha, ahora trato de
dejarla ir sola, que vaya donde quiera. O donde pueda.
El micro que dejo aquí es uno de esos donde trato de
trabajar el estilo, por eso creo que es de los que más me definen. ¿Cómo llego
a ellos? Sobre todo me dejo llevar por una cantilena interior. Algo así como un
cauce musical por el que discurre la historia, una especie de fluir controlado
de conciencia. A veces parto de una frase, otras de una imagen puntual y
luminosa que no puedo apartar de la cabeza. En éste, en concreto, ni siquiera
tenía idea de quién era el personaje que se revela al final; hasta para mí fue
una agradable sorpresa.
SUMINISTROS
Y saca del mostrador la bandeja para enseñar el género;
un trozo de carne verde, no mucha, sanguinolenta, cortada al tajo de machete.
Vuelan en ochos a su alrededor decenas (centenas) de moscas que brillan como
brillan las pupilas del cliente. Son destellos verdes, azules, amarillos… “¿A
cuánto?” “A seismil” Pues acepta; es caro pero compensa. El dependiente asiente
y toma el cazamariposas más pequeño. Con un añejo movimiento de muñeca enreda
decenas (centenas) de los insectos nerviosos y de allí al frasco. Se aceleran
los movimientos y zumbidos. “Tenga, seismil”. Las manos de la rana que se atiernan
sobre el tesoro y al rato, en la calle, mirándolos al sol. Destellos. Y esa
lengua golosa que pasea de un lento latigazo por la calva.